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Desde allí se veían las estatuas de ángeles y santos que decoraban las bóvedas. La dureza de esas miradas de piedra le apretaba siempre el corazón. Respiró hondo, limpió las lágrimas que rodaban por los surcos de sus mejillas y mirando a la nada sin mirar, empezó a hablar con pena: “ El jardín ya no es lo mismo sin tus rosas. Mis manos no son verdes como las tuyas, así que los rosales se resistieron durante meses a florecer, hasta que finalmente se marchitaron uno por uno. Corto el pasto, eso si, para mantener prolijo el verde del fondo, pero no me pidas más que eso. Me gustaba salir al jardín en octubre y sentir el perfume sutil acariciarme la cara; agarrar tu mano suave y mirarte a los ojos. Ahí estabas siempre, como antes, con los bucles desordenados, los ojos encendidos, la sonrisa desfachatada. Nunca pude ver las arrugas de las que me hablabas, esas que te hacían escapar del espejo.
Salgo al jardín, pero ya no hay flores. Si, a veces Claudia planta esas tontas florcitas enanas de supermercado, pero no es lo mismo. Los colores son alegres, pero se mueren tan pronto… y la muerte no es algo que quiera recordar seguido.
Pensar que te ví tantísimas veces con tu tijera de podar sacando gajos, injertando un brote en otro tallo, removiendo la tierra a los pies de aquellas plantas delicadas y no recuerdo ni siquiera cómo era que debía caer el agua para regarlas. Me haces falta… y no lo digo sólo por el jardín, no vayas a creer. Con la casa me arreglo bastante bien, Claudia viene seguido, casi todos los días, y yo le digo que no es necesario, que estoy bien solo. Vienen los nietos, qué grandes están, vieras, ya casi no los reconozco como eran. Pilar me ceba mate igual que tú, persiguiéndome por toda la casa con un repasador debajo porque sabe que me distraigo y termino volcando algo. Por momentos me parece que nada ha cambiado, que cuando me de la vuelta estarán tus manos para rozar las mías cuando te devuelva el cacharrito, como cuando éramos novios, ¿te acuerdas? Y no teníamos otra forma de tocarnos en público que por esos roces furtivos entre mate y mate.
No habrá ninguna como tú. No querré a nadie. Y no nos fue fácil nada, mira, que todo nos costó tanto… tú decías que el agua fría de tantos años lavando ropa ajena a la intemperie era la responsable de tu artrosis. Pero a mí tus manos siempre me parecieron lo más suave de este mundo, cuando las ponías en mis mejillas para después darme uno de tus besos.
No quiero llorar, no me hagas soltar las lágrimas. Es que te extraño tanto… yo estaba preparado para mi muerte, ya de tanto pensarla me la conocía de memoria. Pero no estaba preparado para que te fueras tú. Te sigo amando como siempre, y se me hace imposible aceptar que no puedo darte un abrazo, ya no más. ¡Caray, justo cuando somos viejos y más necesitamos compañía, todos se emperran en partir! Si, la verdad es que me enojé contigo, pero te perdoné. Por lo menos, amigado con tu recuerdo, estoy un poco menos solo. En fin, de todos modos había demasiado silencio aquí dentro, sabes que la televisión no la entiendo, así que tanto insistió Claudia, que vamos papá, tenés que salir un poco, y la Pili lo mismo, y hasta Tomasito me decía “dale abuelo, que va a estar bueno”. Y tanto jodieron que para darles gusto me anoté en un club de jubilados, aquí cerquita, en la sociedad de fomentos esa donde la Pili hacía patín de chiquita.
A ti te hubiera gustado, vieras qué lindos viajes que organizan; pero lo mejor es que las tardes se hacen más cortas. Al principio llegaba cansadísimo; apenas me hacia un café con leche y caía rendido, pero ya no… y no sabes la angustia que me provoca volver de allí para abrir la puerta y encontrar la casa tan oscura. No dejo las luces encendidas porque Claudia se ha llevado un susto tocando el timbre y pensando que yo estaba tirado en el piso y he vuelto a casa para encontrarla llorando e intentando forzar la puerta junto con el vecino.
La soledad se me hace más pesada por las noches, no me duermo fácilmente y no estás tú para conversar. Aunque más no sea para pelear un rato porque te he despertado con mis ronquidos y otra vez me he olvidado de tomar la pastilla para el corazón. Me duermo un rato y cuando despierto, ya no puedo volver a dormir más. Pienso en levantarme, pero para qué, si es noche, hace frío y no hay nada que hacer; y así me quedo contando las horas en la cama, dándome cuenta de todas las cosas que me duelen y pensando en ti.
Yo no sé cuánto más estaré en este mundo, pero parece que será más tiempo del que quisiera. No lo digo por ser fatalista, mujer, si no porque lo pienso así. Estoy sano como un toro y más solo que una ostra. A todos se les ha dado por morirse y ya no tengo más que los paisanos del club para conversar. Siempre decías que los hombres somos unos parcos, y la verdad es que tenías razón. Por suerte las señoras que van a las reuniones son de lo más amables. Juegan canasta y tren galletas y budines que ellas mismas cocinan, y dan charla. Tengo una bonita amistad con una de ellas, Amparo se llama. Mira qué casualidad, es de mi pueblo. Paso el rato contándole de mi familia allá, de cuando era pequeño, y ella me escucha y ríe. Hasta hemos descubierto que conocemos gente en común.
En fin, no quiero dar más rodeos, Isabel. Lo que he venido a decirte es que me voy a casar. He puesto la casa para alquilar y me voy a su departamento, que es más pequeño y no tiene un jardín que me haga sentir tan solo. Hace frituras de anís, como hacías tú, es limpia, es alegre, y está sana. Y yo la verdad es que no soporto la casa sin ti. Y bueno, por respeto a tu recuerdo y a pesar del frío, he querido venir hasta aquí y decírtelo yo personalmente. No te preocupes…yo sé muy bien que nunca nadie me amará como me has amado tú. “
Se levantó con dificultad. Las articulaciones resentidas por el tiempo y el frío lo obligaban a moverse lento. Con la boina gris entre las manos y el gesto compungido, dijo:
- Qué daría por que me contestaras…
Ella tomó el resto de té con leche, se secó la boca con la servilletita de papel de la confitería La Biela y lo miró desde la tersura de su piel recién estirada en el décimo lifting.
- Has lo que te venga en gana, Manuel. Hace ya diez años que nos hemos divorciado y todavía me jodes cada tanto con tus estupideces. Ya estás grande, ochenta y cinco años no te han servido de nada. Me voy que me esperan las chicas para ir al cine. Adiós.
Se puso el tapado de gamuza, el gorro de piel sobre sus cabellos teñidos de rojo, acomodados con gel antifrizz, y desde la puerta de vidrio le sopló un beso con la mano enguantada en lana violeta. Y se fue.

Yanina Martul

Texto agregado el 28-09-2006, y leído por 225 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-10-2006 bueno muy bueno***** neison
28-09-2006 Manuel de madera distinta, Isabel de bosque lejano...los desencuentros, la soledad, de la mano de todos los seres, sin edades, sin tiempo... ladino
 
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