Volamos por los estrechos callejones de la parte antigua de la ciudad. Llegamos corriendo y exhaustos. Al otro lado de la carretera está la estación. Me espera mi tren de regreso a casa.
¡Hemos pasado una tarde genial!
Reímos mientras me explicas algo que te pasó el otro día. Respiras aceleradamente al mismo tiempo que me coges por el brazo y me pides que me quede un rato más, que no coja el próximo tren.
Y yo, me siento tan a gusto contigo que te regalo unos pocos minutos más a mi lado.
Pienso algo. Algo prohibido. Ilógico. Atrevido. Pero no te lo digo directamente.
- Tengo que ir al servicio. – digo, de repente, divertida.- ¿Te vienes? – señalo los servicios que tenemos enfrente, en la gasolinera delante de la estación.
Me miras y tú también sonríes. Te cojo de la mano y grito:
- ¡Vamos!
- Tía, ¿estás loca? – y empiezas a reírte.
Nos hacemos con la llave.
Entramos con un poco de dificultad.
Tiramos al suelo chaquetas. Mochilas, llaves…
Y empiezo a besarte. Me susurras: “¡Qué rara eres! Y por eso me gustas aún más”, de una forma tan especial que acaricia mis mejillas y me hace sentir tus besos de otra manera. Yo te dedico una enorme sonrisa.
Me pongo nerviosa.
Escucho los coches circulando y repostando al otro lado de la fina pared que nos protege, que impide que ese secreto sea compartido.
Me acaricias los pechos por encima de la ropa. Me apartas la camiseta para sentir mi piel. Arde.
Sin dejar de besarme… Damos mil vueltas por la pequeña habitación.
Ocupado.
Silencio.
Dos cuerpos semidesnudos frente a frente.
Deseo.
Sensualidad.
Juegos sin rumbo, prohibidos.
Nuestros labios, nuestras bocas, nuestras lenguas, nuestra saliva, juegan oníricamente, no se separan y prometen hundirse una contra la otra.
Nos separamos y terminamos lo empezado.
Te deshaces de tu pantalón vaquero apresuradamente, como si quisieras desprenderte de todos los lastres que te impiden unirte a mí.
Bajas mi falda que cae lentamente por mis caderas, mis muslos, mis rodillas, mis piernas, mis tobillos…
Las sensaciones de placer y nerviosismo se unen creando un estado de shock. Tiemblo.
Nada está permitido.
La rebeldía puede con los dos.
Pensar que no está bien. Pero, ¿qué importa? Lo único que nos concierne es disfrutar…
Me coges por la cintura, desde atrás. Me abrazas.
Tu boca acaricia mi pelo. Tus manos suben y bajan por mis pechos, mi ombligo, mi ingle y mis muslos.
Me arrebatas esa prenda que falta.
Contra la pared.
Tú tras de mí. Excitación. Tiras hacia delante.
Logras llegar a ese punto… Muerdo mis labios para no gritar. Pero no somos capaces de evadir esos gemidos que emergen solos.
Espasmos.
Plenitud.
Ausencia.
Revuelves mi pelo. Arrancas mi ingenuidad. Y yo la tuya…
Compartimos esa emoción y ese miedo porque, en cualquier momento, nos pueden descubrir.
Terminamos en el suelo. Te mueves arriba y abajo. Yo adorno tus latidos y te acompaño. Un vaivén que no cesa.
Cubiertos de sudor.
Agotados.
Tranquilos.
Nuestra ropa desastrada, nos acompaña.
Me invitas a volver a besarte. Yo lo hago encantada.
Pierdo el tren y el siguiente.
Pero, ¿hay mejor manera de perderlo?
¡Ese es mi niño!
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