La vida es como un tren, tiene un recorrido, tiene que hacer paradas en diferentes estaciones, tienen que subir y bajar muchos pasajeros. Lo más bonito e importante es que al final del recorrido, haya sido largo o corto, cuando pises el anden de la estación sientas esa sensación de felicidad, de haber conseguido lo que te proponías, de haber conocido a personas diferentes, unas mejores, otras peores, unas con sensibilidad, otras con derroche, pero que eso te sirva para decir: " He vivido plenamente, he hecho todo lo que quería, y no me he acomodado, no me he resignado a vivir intensamente solo por miedo, pereza, culpabilidad, pena, rencor, remordimientos......al final del camino o al llegar a esa estación nos haremos una breve reflexión y pensaremos si realmente hemos aprovechado ese viaje para hacer o ser lo que queríamos, y lo mas reconfortante será decir " LO CONSEGUÍ, HE VIVIDO INTENSAMENTE". Eso pensaba Matilde mientras subió al AVE, esa mañana de julio, se iba, no de vacaciones, se iba para no volver, había decidido dejar todo lo que hasta ahora le oprimía en un lugar lejano, en un lugar que en el momento de oir el sonido de las ruedas acariciando las vías del tren, olvidaría para siempre. La había constado la salud y prácticamente la vida, pero en ese preciso instante, en ese pequeño y diminuto segundo creyó en esa voz que le aconsejo el mejor viaje de su vida. Matilde desapareció como las nubes lo hacen en una tarde de tormenta en la que el viento se enfurece y de un solo golpe las hace desaparecer.
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