Cerca del momento en que el sol empieza a caer, en ese preciso instante en que el sol deja de ser un circulo para ser truncado, Matias Yanni se retiraba del espacio constituido por las cuatro paredes que albergan a su baño y se metía en su pieza.
Primero una, después otra, después un manojo con varias, de esa manera desparramaba las revistas sobre la cama, sobre la frazada que cubría su cama y no era su intención mostrarlas, o que lo descubran ni muchos menos, muchos menos quería tener sobre su cama un show pornográfico o cosa por el estilo. Pero era tan lindo.
Entrar al baño como si el baño fuera un reducto satánico, en realidad como si fuera un sótano con archivos top-secret porque satánico sería muy oscuro en cambio aquello era dulce y prohibido. Era lindo tener un montón de imágenes despatarradas en la cabeza y sentir esa llamita insaciable, pequeña, cómplice, apasionada. Las revistan ayudan, así pensaba Matias Yanni dueño de una imaginación infinita y que podía tranquilamente prescindir de las revistas pero las revistas ayudan, ese era el pensamiento de Matías Yanni.
Una vez dispersas las revistas sobre la cama, las ordenaba. Las mas viejas, las de actrices, las importadas, todas en pilas diferentes. Cuando sentía ese ahogo de manantial de leche las llevaba todas, todas en una pila, en el alboroto apasionado de la intimidad, terminaban, todas desparramadas por todo el piso, por todo el baño. El confiaba en la perilla del baño y en el previsto tránsito de personas por su casa. Si no la vergüenza hubiera sido doble.
La vergüenza podría haber sido mayor inclusive. Las salpicadas gomosas con olor a detergente se lanzaban a lugares inhóspitos. La bañera, las zapatillas, la pileta de las manos, el rollo del papel, el picaporte, la misma cara y el cuello de Matías. Lo peor de todo, por el despliegue necesario mas que por el tamaño de la mancha, era cuando el brillo, la magia estelar, las chispas lo hacían temblar. Soltaba todo; las revistas, las imágenes de ensueño, algún bollo de papel y por supuesto la remera sostenida por su mentón. Quedaban manchas sobre la tela y si ya era trabajo limpiar los pelos la piel con papel era mucho mas trabajo limpiar la tela, la piel y los pelos.
Parecía una remera camouflada, su madre inflaba la mirada y reía por lo bajo, a veces Matias se enfurecía y quería gritarle, decirle que él se daba cuenta que ella se estaba burlando de él, que aquello no era nada gracioso, o que se fije ella en sus errores y no en los de él. Por lo general, la remera terminaba en el lavadero, o en el piso, o sobre el césped del patio. Pero el tiempo suavisó los roces, las broncas y mas que el tiempo fueron los recuerdos porque ahora podía hablarse de un pacto, una complicidad, un acuerdo entre dos orillas, pero cada uno en la suya.
Antes de que su madre recurriera a los médicos había, y lo recuerda con bronca, había perdido a manos de su madre, de la pureza, y de cierto arbitrio parroquial, la colección completa de los culos de modelos brasileras, algunos cómics porno y el poster de Kjatia Alemann, de la revista Play boy, donde Kjatia tenia unas orejitas y una manzana en el origen más sabroso de su cuerpo.
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