Aquel hombre adopto una postura sombría y melancólica al enterarse de que su ángel guardián intentaba asesinarlo. En un principio ni lo sospecho, los aparentes tropiezos fortuitos en peligrosos lugares y los cada vez más continuos accidentes sufridos los supuso como una mala racha, momentos difíciles, la parte baja del carrusel de la vida, que tarde o temprano tendría que subir. Sin embargo los sucesos se hicieron inverosímiles hasta el punto más álgido y dio inicio a las sospechas de que alguien andaba tras todo ello. Fue una brumosa noche de lluvia en que lo descubrió. Cansado por el trajín del día y por el trasegar de ideas en su cabeza, se enrolló en las sabanas dispuesto al sueño profundo. La falta de aire provocó un abrupto despertar, y en una fugaz imagen logró sorprender una figura alada, tan resplandeciente como el mismo sol, presionando la almohada sobre su rostro. A partir de ese día no pudo dar un solo paso sin observar cada rincón, arriba, abajo, izquierda, derecha, atrás, adelante, alrededor. Escrutaba recalcitrante cualquier objeto por insignificante que se viere, hallándolo como el perfecto móvil de su aún ineficaz verdugo. Decidió por fin refugiarse en su casa, deshaciéndose in so facto de lo que de una manera u otra pudiera causarle algún tipo de daño, por mínimo que pudiera ser. Concluyó, ensimismado en su paranoia, que las paredes, el techo y el piso, además de cualquier sonido exterior eran inminentes amenazas a su integridad y, por completo desesperado, forró entero el lugar con corcho. Tan solo cuando aseguró la puerta y deslizó la llave por la rendija lejos de su alcance, se percató que se acababa de encerrar con quien le iba a matar. Entro en un profundo pánico y angustiado al límite intento salir sin éxito alguno. Los alarmantes gritos atrajeron de inmediato la atención de la policía, quienes al escuchar la incoherente explicación del hombre informaron el caso a otras personas mejor preparadas para estas bagatelas. Cada segundo se transformó en un ominoso sufrimiento y mayúsculo desasosiego para él, y ahora que se encuentra atado de pies y manos, llora amargamente sin querer llorar, sintiendo la respiración del victimario en su cuello, recordando una y otra vez la trayectoria desde su castillo de corcho a este cuarto psiquiátrico de insegura espuma, sin imaginarse siquiera que con cada choque eléctrico que le propinan, mientras unas plumas brotan en su espalda, el se va convirtiendo también, de a poco, en un perfecto ángel guardián asesino. |