Miró el reloj, aún hay tiempo, pensó. Fue hacia el baño y pensó en ducharse. Dudó. Fue hacia el espejo y se miró un instante. Vio a un muchacho escondido tras una máscara, tras una piel y quiso arrancársela. Salió del baño y volvió a mirar el reloj. Se puso cualquier cosa pensando que no iría a la fiesta de fin de año. ¿Adónde iré? Se preguntó. Dio vueltas por toda su casa. No había nadie. Sus padres habían viajado. Sus hermanos, estaban lejos, en una fiesta quizá. Pensaba en por qué no era como los demás, por qué no buscaba a su novia, a sus amigos, iba a la fiesta y disfrutaba como cualquiera, pero no, no podía engañarse. Era una máscara, una ruma de costumbres, ilusiones empujándole a otro momento mas de vacío, de un sin sentido de su destino, aunque desconocía cuál era el suyo, y si lo supiera, no sabría por dónde empezar… Se sentó un instante en la sala de su casa y miró las cosas de su casa. Sus libros, las fotos de su familia, el piano, los muebles antiguos, recuerdos de niño, naderías, tonterías… Sí, se dijo, todo es una tontería. De pronto escuchó el ladrido de un perro. Se paró de su asiento y fue a buscar al perro. Ya en la ventana lo vio. Era un inmenso perro parado en la entrada de su casa. Tiene hambre o está tan solo como yo. Salió y se enfrentó al perro. Ambos se miraron. Todo estaba oscuro. No tanto por los reflectores de las luces de los postes. Se acercó al perro y vio dos luces en sus ojos. Se asustó. Iba a regresar a su casa cuando el perro se le acercó como rogándole que no se fuera, de a pocos, casi arrastrándose. El muchacho se conmovió. Le dejó acercarse hasta que estuvo a un paso. Alzó la mano y el perro extendió su nariz, moviendo su cola… Le acarició y el perro le lamió las manos. El muchacho tuvo compañía, un amigo. Se paró y le dijo al perro si deseaba acompañarle. El perro ladró. Vamos, le dijo el muchacho. Y los dos se perdieron por las calles del pueblo hasta llegar a las afueras. No lejos de donde estaban vieron un cerro y sintieron subirla. Ya en la cima, ambos miraron hacia abajo y vieron al pueblo lleno de luces, y el muchacho sintió que todo era hermoso. Miró hacia el cielo y le pareció ser uno con el universo. Vio las estrellas, la luna, y todo era celestial. Volvió los ojos hacia el pueblo y le pareció una torta, un regalo lleno de velas. Miró hacia el perro y vio sus ojos brillantes como las estrellas. Estoy en el cielo, pensó. Se sentó un momento y cerró los ojos. Todo era perfecto. Estoy frente a un espejo sin marcos y luces, no hay máscara, se dijo, todo es unidad, todo está bien… Se echó largo en la tierra y abrió los ojos y vio el firmamento… No recordó cuánto tiempo estuvo así, pero sintió que debía bajar de su cielo, sintiendo que volvería otra vez. Ambos bajaron y fueron al lugar de la fiesta. Ya estaba sin máscara, era él. Llegó a la casa. Tocó la puerta y no vio nada… Había movimiento, muchachos bailando, gritos sordos que no perturbaban su unidad… No hay nadie, se dijo. Se dio media vuelta y se fue ante el griterío de sus amigos que no llegaban a su ser. Caminó hasta llegar de vuelta a su casa y en la puerta se detuvo. Miró al perro, y este le miró. El muchacho se acercó para acariciarle y despedirse cuando se vio retratado en los ojos del perro que brillaban como estrellas… Y allí sintió que estaba en el cielo, que era una estrella mas, una más en esa unidad del firmamento. Abrazó al perro y este se dejó abrazar… Luego, se dio media vuelta y el perro se fue tal como vino… El muchacho entró a su casa, cerró la puerta y caminó por toda la casa vacía, pero había un brillo en sus ojos, un sentimiento de totalidad, de plenitud, de contento… Sonrió y se dijo que estaba sin máscara, era él…
San isidro, septiembre de 2006
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