Con el dominio, algo enfermizo (lo acepto), de mí mismo, he conseguido aguantarme (al fin al fin) las ganas de esperarla en el paradero. Significó llegar temprano a la oficina, aleluya. Se extrañaron y no sé qué me dijeron entre chiflidos, pero mi alma llena de callos por el sacudón de caderas que días atrás me traían baboso e incapaz de unir cosa con cosa, alivió un poco el temporal de pullas. Es graciosa la gente, pero ella ES la Gracia.
Otra cosa es que ELLA no me note por ser tan poca cosa. Rara frase, pero la situación no está para poetas, sólo para héroes o bandidos, resurrectos de pocos minutos. Toda la carne a la parrilla, la peor calaña, suicida máquina asesina.
Alguna vez me he visto envuelto en rarezas de estofa dudosa, por asuntos claro está, de amoríos. Inconclusos, (claro está, también…). Del tipo de guerra de guerrillas de miradas, atentados de indiferencia compacta y plúmbea, asaltos a corazón descubierto y con el pálpito endecasílabo. La asolada jamás dejó piedra sobre piedra, sólo un legado de sangre cada vez más desteñida por donde la vista alcanzó a abarcar. Un chiquillo desnudo mientras las lluvias golpeaban la ventana, soñándose a la profesora de inglés.
Hoy, con la pereza en el ropero he decidido el día de mañana: hechas las barricadas y las trincheras a medio cavar, dármelas de óbito posible: mandar mis manos y mi verbo en la avanzada: tocarla (un roce), hablarle (con permiso, por favor…), leerle cuál es su único futuro probable: “chao bella”. Sin aviso previo ni pedir disculpas, un agarrón de los guapos en la obsequiosa carne movediza. Bajar del bus, y echar a andar. Como un Lázaro, sin volver la vista atrás, como el Mulo…, “chao bella”…, y tratar de mudar de planeta. Si es posible…
|