| Desperté y a mi lado había una mujer,lo supe de inmediato por su perfume.
 Su cuerpo estaba aún húmedo
 como un  trofeo
 de una batalla vencida.
 Ribetes de sal en las almohadas
 señales de exorcismos sexuales,
 adornaban la palidez de sus colores.
 Sin memoria me levanté despacio
 para no perturbar el sueño
 de la diosa que dormía.
 Sin valentía no miré su rostro,
 para no angustiar el corazón.
 Un par de collares en la mesa
 que descansaba a nuestros pies
 parecerían las cadenas de una sala de tortura.
 Un mareo, recuerdo de temporales marinos,
 sacudió el equilibrio de mis pasos
 y con el estómago en la mano
 saludé a  los antiguos almirantes de
 la academia de guerra, Ulloa y Guajardo.
 Ávido, mi sentido
 buscó la salida más inmediata,
 cruzando una fina puerta de madera aglomerada.
 Al fondo del pasillo, una luz
 generaba sombras en la inmensidad de portales
 que apostados en interminable hilera
 hacían guardia en el corredor sin almas.
 Algunos ladridos, a lo lejos,
 entonaban una especie de himno
 que aún intento descifrar.
 Al salir, de la catedral  de la diosa
 que seguramente aún dormía su sueño de trofeo
 de academia de guerra, una banda de colores brillantes
 iluminó mis pupilas, introduciendo una aguda y mortal
 estocada en las profundidades de  mi cerebro contundido
 por las ráfagas  y reminiscencias de los temporales recientes.
 Herido, pero con la frente en alto,
 un rápido reflejo de mis manos
 buscaron frenéticamente en los bolsillos
 la camisa de venus que siempre estaba allí.
 En un instante hubo silencio,
 como si el tiempo fuera un clarín
 llorando sobre la bandera
 para decir adiós.
 Definitivamente estaba allí
 perfectamente circular,
 intacta.
 Los brillos matinales
 se apagaron de una vez.
 No habían estocadas ni temporales,
 sólo una camisa de venus intacta entre mis dedos
 y un sabor amargo
 como a derrota ,
 en los brazos de una
 desconocida diosa de almohada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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