Cuando era pequeño, además de los clásicos juegos y entretenciones con aquellos amiguitos de infancia, yo tenía, y mi madre también lo recuerda, un don muy especial. Este era mi facilidad para comunicarme con las piedras del patio de mi casa.
Si, recuerdo los momentos divertidísimos y educativos que pasé en larguísimas conversaciones con estos diminutos seres.
Me creerían que la mañana de hoy, en un arranque de nostalgia, me la he pasado tratando de hablarles a las piedras que decoran desordenadamente y a su antojo el patio de mi nuevo hogar. Y adivinen, ni siquiera un simple saludo. No sé si es por que no me conocen aún, o es que realmente estas no saben hablar, o simplemente son unas mal educadas que no saben que al menos debieron de responder a mis saludos.
Como se ve que ya no hacen las piedras como las hacían antes.
Antaño se podían mantener conversaciones extensas con estos pétreos amigos y pasarte tardes enteras hablando de juguetes, de la pelota, de la vecinita de al lado, de Papá Noel, de la bicicleta que yo sabía me comprarían y de un montón de otras cosas que le interesa hablar a las piedras. Incluso hablabamos en privado de las otras piedras. Que la Blanca de la esquina era un poco torpe y le costaba pronunciar bien algunas palabras, o que la Azul con poros se creía la reina de las demás y casi no se comunicaba porque los temas no le parecían a su altura, o de esa grande y Manchada que era como la matona del sitio y las demás le temían puesto que ya la habían visto romper en pedazos a alguna pequeña desprevenida.
Que nostalgia, como les decía, antes era muy sencillo comunicarse con estos simpáticos seres, pero claro, definitivamente las piedras ya no se hacen como las hacían antes.
M.A.
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