"Ya comimos,hartos no estamos,rogad a Dios por nuestros amos,que ellos se vean como nosotros estamos,de cabeza en un zarzal,que ni ellos puedan salirni nosotros entrar."



El esclavo fijó los ojos en el plato para servir más comida con sus oscuras manos; mientras, la esposa del amo junto a sus cuatro hijos cenaban indiferentes entre risas y bocas satisfechas. Afuera, un esqueleto de madera cubría esa familia de negritos que esperaban hambrientos entre los rezos: “Rogad a Dios por nuestros amos, que ellos se vean como nosotros estamos...”; “Que ni ellos puedan salir ni nosotros entrar..."
Entonces las ventanas y puertas de aquella sala principal se cerraron repentinamente, mientras un aire furioso confluía en un ir y venir de vientos hasta derramar las velas del candil.
Al día siguiente, esos seis cuerpos estaban carbonizados. Los criados no salían del asombro ante la blancura de sus pieles y ese rictus muscular que les impidió moverse para rescatarlos...

Ana Cecilia. ©