Las puertas del metro se abren lentamente, dándome a luz en un mundo de corredores subterráneos capaces de conducirme a cualquier parte. Un enorme río de brazos, torsos y piernas me lleva en un recorrido por millones de historias y de vidas atadas cada una a su respectiva cabeza, hasta introducirme en otro de los vagones de un sinnúmero de serpientes naranjas que se extienden cada vez más por debajo de la ciudad como un cáncer, creando un mundo subterráneo donde el Dios que se venera es el tiempo.
La corriente humana me empuja hacia el fondo del vagón, hasta estrellarme con otra puerta que no se abrirá antes de que el recorrido termine.
La serpiente comienza de nuevo su movimiento, mientras las decenas de narices absorben el aire viciado que llena sus pulmones con los efluvios de sus hermanos, que se agarran de los tubos resbalosos por los millones de células sebáceas acumuladas durante años.
Nuevamente las puertas se abren, dejando pasar hombres, mujeres, niños y un ángel, que se para justo enfrente de mí. Después de recibir varios insultos por el espacio que ocupan sus negras alas, la calma y el silencio se apoderan otra vez del vagón que reanuda su trayectoria.
Súbitamente se detiene por completo, justo antes de llegar a la estación, en medio de la oscuridad del túnel, dejando pasar lentamente el tiempo sin un solo murmullo.
- No es nada, un sujeto se aventó a las vías, pero van a tener que salir todos por aquí en lo que limpian todo - Nos indica un policía señalando la puerta de conexión con el vagón del frente.
Lentamente se va formando una fila que comienza su movimiento por los vagones hasta salir a la luz de la estación, donde la gente se apila en el borde del andén, a pesar de los esfuerzos de la policía por hacer que se retiren. Los ojos de la gente se llenan con la sangre que se extiende y mezcla con la negra grava formando un pequeño charco.
El ángel camina lentamente delante de mí, hasta detenerse en el macabro mirador, donde a través de su negra capucha observa el espectáculo de sangre y morbo, para luego descolgarse con gran solemnidad hacia las vías y apartar a los guardias que no se oponen a su acción, hasta llegar frente al cadáver.
Los cantos de un gorrión que sale del pecho del muerto hacen eco en los túneles y crean un efecto parecido al de los coros eclesiásticos formados por niños, hasta que la mano oscura del ángel delicadamente lo vuelve a introducir en la piscina hemática, cerrándose las heridas y absorbiéndose la sangre como por una especie de ósmosis.
La gente guarda un silencio sepulcral y comienza a salir, mientras el ángel sube las escaleras que lo llevarán a la superficie.
Mis pies comienzan a moverse hacia la salida, donde se escucha el eco del llanto del suicida que se da cuenta de su fallido intento.
Veo mi reloj y me doy cuenta que hoy llegaré tarde al trabajo. |