Abuelo, ayer volví a visitar a la Agüe, y ya sabes… los ladridos de Mary fueron los primeros en recibirme cuando apenas salía del ascensor. Sigue loca perdida, como cuando cachorro.
La contraseña al llamar a la puerta sigue siendo “Jalufo”, abuelo, sigue siendo… pero ese día me llevé las llaves para evitarle a la Agüe los 20 metros (calculo) de pasillo, ya sabes… anda (o lo intenta) cada día peor de sus rodillas.
Avancé desde la entrada caminando hacia el comedor, con Mary enredada entre mis piernas, ya sabes… siempre demandando atención y sobo.
De la puerta del cuarto de baño, medio abierta, se escapaba el olor a tabaco negro que a escondidas fumas allí encerrado, y que te cuesta continuas reprimendas.
Ay abuelo, yo lo olí, seguro habías salido hacía apenas unos minutos.
Al llegar a la altura de la sala de estar, me detuve a observarte unos instantes. Allí estabas, sentado en tu mecedora, como ausente, embutido en tus novelas del oeste.
Levantaste la mirada hacia mí y qué sonrisa abuelo, qué sonrisa me regalaste. ¡Cuánta belleza clavaste en mi alma!
Ay abuelo, yo te vi. Te vi y volví a admirarte como nunca, y como siempre.
Abuelo pletórico, divino, deslumbrante, de serenidad y ternura infinitas, cegadoras.
Ay abuelo, yo te vi, y yo te amé como nunca, y…
Como siempre que leo el trocito de ti que me dedicaste en el día de mi 1ª Comunión ¿recuerdas? El poema panocho más hermoso jamás escrito a una nieta por su abuelo. Allí sigue, colgado en la pared del comedor. Y allí sigo yo, buscándote, con el corazón en un puño y los ojos rebosantes de lágrimas de profunda admiración y nostalgia.
Abuelo, cómo te extraño, abuelo.
Te sigo buscando, y te encuentro. Te sigo encontrando, como siempre, abuelo.
Dejaste en nuestros corazones tus raíces, que siguen avanzando, creciendo fuertes,…
y tu mecedora, abuelo, tu mecedora, nunca está vacía.
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