Sintiendo cada frase, doblando las rodillas con cada acento, sus dedos presionan las cuerdas imaginarias de un violín inventado. ¡El concierto de Mendelssohn! Una elección acertada. La orquesta, la mejor del mundo, digna del violinista que había alcanzado la perfección sonora. No se oía ni una desafinación, ni una nota fuera de lugar. ¡El concierto de Prokofiev, audaz, vituoso!
Y los aplausos...mágicos. El violín empieza a crecer...una viola, Boulez, Bartok...sigue creciendo...un violoncello, ya no lo puede sostener en su hombro, estira la pica, lo asienta, se entrega... Dvorak, Bach... los crescendos crean un contrabajo...¡Dittersdorf!...la madera se retuerce, se expande hasta que un piano de cola, se ofrece a ser tocado, ¡el concierto el la menor de Grieg!.
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Sus manos han desaparecido, su mejilla roza el piso frío, siente que algo atraviesa sus lumbares, algo tan delgado como la nota de una soprano en éxtasis. |