No tenía ropa que ponerme así que tuve que pedir prestado a un vecino del edificio. ¿Para qué?, preguntó. Le conté que me habían invitado a una presentación de un libro de poesía. Me prestó un terno, un par de zapatos y nada más. Me bañé, vestí y salí a la calle. Miré el reloj, aún estaba a tiempo. Me fijé si tenía la tarjeta de invitación y sí, allí estaba. Una elegante tarjeta sin nombre. A mi me gusta la literatura, nunca he escrito nada, pero me gusta leer un poco, poesía, sobre todo me gusta los cócteles que ponen después del recital. Buen vino, bocaditos, gente linda. El lugar estaba ubicado en una de las calles más lujosas de la ciudad. Imaginé ver a gente muy bien vestida conversando por mi lado. Tomé un taxi y fui a la dirección. Llegué y vi una serie de autos lujosos, gente elegante y refinada haciendo su entrada a un Hotel de cinco estrellas. Tuve miedo de entrar pero ya el auto había parado en la entrada. Bajé y caminé entre el gentío. Llegué a la puerta y vi a dos altas y hermosas chicas en la entrada. Me pidieron mi invitación; se las di y me dejaron entrar. Era una sala totalmente iluminada. Habría como cien a ciento cincuenta personas. La mayoría tenían rostros intelectuales. Busqué un rinconcito para sentarme pero no lo encontré. Me fijé en la primera fila y vi un asiento. Fui hacia allí y decía: ocupado. Lo saqué y lo puse al costado. Me senté y esperé a que no ocurrieran problemas. Esperé con los ojos cerrados cuando sentí que alguien se sentaba a mi lado. Abrí los ojos y era una anciana llena de joyas en su cuello, y un saco de pieles, Buenas noche, dijo. Sonreí. ¿Es usted escritor?, preguntó. Asentí. Oh, qué honor... y ¿cuál es su nombre? Se lo di. Y, ¿cuántas obras ha publicado? Unos cuantos, le dije. Oh, qué gusto es estar al lado de un artista, permítame presentarme: mi nombre es la Baronesa Tomasa di Lampedusa, y he venido a Lima a vender unas tierras que tengo en el centro de la ciudad. Soy peruana y mi esposo falleció en Parma, ya hace unos años... Pero, le diré, no hay estado mas sublime y pleno que la viudez. Asentí. La vieja continuó hablando y me contó que cuando estuvo en una de sus propiedades vio que su inquilina era italiana. Se saludaron, tomaron el té, y luego, la inquilina italiana comenzó a desmedrar a todos los peruanos. Oh, los peruanos son unos ladrones, flojos, mentirosos, son lo pero... Si por mi fuera, mandaría a matar a todos los indios de todo el país... ¿no le parece paisana? La miré con una sonrisa - me contaba la baronesa - y le dije que yo era peruana y que todos los italianos son gente muy generosa, amable, culta, y, sobre todo, aman su historia. La italiana me miró y sentí que se le caía la geta de vergüenza. Por supuesto que estamos acostumbrados a escuchar hablar mal a los peruanos de los mismos peruanos, pero no es así. Nosotros somos gente sencilla, humilde y, si uno que otro roba, es porque están enfermos, o no tienen ni para comer... ¿No es así? Asentí. Íbamos a continuar hablando cuando el recital comenzó. Presentaron al poeta, y luego, aplaudieron a los personajes principales de la ciudad. Estaba el Alcalde de la ciudad, el Director de la Biblioteca Nacional, entre otras personalidades... Me sentí sorprendido al recibir los saludos de gente que no conocía. Seguramente pensaban que era escritor, cosa que no es así, con la justa escribo mi nombre y apellido, aunque de lectura sí me gusta la poesía, un poco, pero, como ya he dicho, me agradan las cocteladas. El evento terminó y cuando estaba por salir escuché el sonido de un auto pararse junto a mí. Era la Baronesa invitándome a entrar, estaba comenzando a llover. Lo llevo a su casa, me dijo. Subí y pedí que me llevaran a un hotel muy bueno. Mientras viajábamos me contó que hacía mucho que no conversaba con nadie. Acababa de ir a la primera reunión a partir de la muerte de su esposo en Italia. Me invitó a tomar unas copas en su casa. Acepté. Llegamos, bajamos, tomamos unas copas, luego otras mas y mas y mas... Hasta que todo me daba vueltas a la cabeza, mientras escuchaba las risas gitanescas de la vieja Baronesa. Vi una alfombra y me acosté, luego, no recuerdo, pero cuando abrí los ojos, estaba echado junto a dos mujeres hermosas, demasiado que pensé que estaba en el cielo, en el baño por supuesto, pero con dos angelitos desnudos... Me paré y yo también estaba igual. Me vestí y cuando estaba por salir vi a la Baronesa sentada en la entrada de su palacete. Ve hijo y regresa cuando quieras, me haces muy feliz con todas tus mentiras... Los peruanos somos así, somos un mal chiste...
San isidro, septiembre de 2006
|