Cuando muera
no habrá golondrinas
en las cornisas
desplumadas de su calor.
Habrá millones
de calzoncillos
colgados de alambres
diciéndome adiós
con un suave mecer blanco
y atigrado
como palomas
balanceándose al filo
de la secadora.
Tampoco tendré flores
ni floreros
Ni un pelotón de honra
para disparar balas al cielo
Sólo el angelito de la plaza
suspirará por mí,
por mi recuerdo,
por mis horas de reflexión
y mis libros de Neruda,
por los versos que impulsé al viento,
él orinará en mi memoria.