Las fiestas patrias se alejaron tan aprisa como llegaron. Los últimos sones de las cuecas y tonadas se fueron esfumando en el instante preciso que los relojes marcaron la retirada. Fue un fin de semana feérico, en donde todos salieron a gastar lo más rápido y diligente posible ese aguinaldo que algunas empresas otorgan a sus trabajadores. Es una concesión del patronazgo, una partícula en la inmensidad, un cerrar de ojos del que nunca nada da y que esta vez lo otorga a regañadientes. Miles de vacunos, cerdos y gallináceas, aparte de otras especies menos apetecidas, rindieron tributo a esta parafernalia, ofrendando, sin quererlo, sus vidas para este propósito. El vino se multiplicó con profusión más allá de lo aconsejable, las empanadas chorrearon los empingorotados trajes de fiesta, se comió y bailó más de la cuenta, en honor a esas figuras desvaídas que le otorgaron a este pedazo de tierra la condición de patria libre y soberana.
Y fueron los ritmos extranjeros en las llamadas fondas, los que marcaron la pauta, encendiendo las ganas de zangoloteo de los concurrentes. La música folclórica, respondiendo a la tradición, se hizo escuchar en las gastadas versiones de conjuntos ya desaparecidos. Tanto así que el último hit podría decirse, sin temor a equívoco alguno, que fueron Los Perlas, grupo de la época de los cincuenta, que después fue parangonado por los Hermanos Campos, varias décadas ya sin ejercer. De lo nuevo, no se oye padre.
La Parada Militar, realizada en el Óvalo del Parque O´Higgins, respondió a los cánones establecidos y fue la primera vez que las tropas desfilaban ante la presencia de una presidenta. El pueblo, abigarrado tras las barreras, disfrutó del marcial espectáculo, sabiendo que después de esto, sólo cabía terminar de trasegar cuanto concho quedara en las botellas porque, muy patriotas somos, pero la vida continúa al día siguiente con sus rutinarias formas.
Hoy, aún con la sordina de las guitarras, arpas y vigüelas en mis oídos, me percato que aún no han sido arriadas las banderas domiciliarias, las que flamean como pañoletas victoriosas que saludan eufóricas a la primavera en ciernes. Allí permanecerán durante una semana o más, hasta que los compases festivos se diluyan del todo, para dar paso a la fiebre consumista de fin de año. Entonces el patriota dará paso al tipo de corazón humanitario, las tarjetas reemplazarán a las banderitas y la frase: feliz navidad y próspero año nuevo se sobrepondrá a los encendidos Huifa y rendija. Se retirarán los abalorios de fiestas patrias para surtir las despensas con los juguetes que serán furor en Diciembre y a mediados de Octubre se nos comenzará a concientizar que hay que comprar los regalos con tiempo.
Estos son los hitos que determinan nuestra existencia, las pausas obligadas que nos brindamos para darle un poco de sabor a esta ingrata y a veces desabrida existencia...
|