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Liviandad

Tarde exuberante de soledad y calor. Ni las nubes aparecían, como si agazapadas quisieran ser cómplices del estío. El viento tan desaparecido como mis mejores congéneres acompañaba esta escena desértica de alegría. Zombis en las calles y en las cafeterías refugiados de la inclemencia térmica. Cervezas y más cervezas para refrescar ese sofoco. Yo, en cambio, un apacible café, sin leche, que es mi enemiga. Yo, mi café y este insoportable calor. El ventilador lateral escasamente espantaba las moléculas de vapor de agua que fulgían de nuestros cuerpos. Estaba claro que al dueño de ese negocio nunca le importó la comodidad de sus clientes. Salvaba este infierno la tierna mirada de la mesera, que si bien era una mujer entrada en años, con unos kilos de más, tenía unos ojos alucinadores, negros como bellotas y grandes como la oscuridad más negra.

-¿Qué va a pedir el señor? Me dijo con su voz de niña
-Un café
-¿Para este sofoco?
-Claro, y bien caliente, que es lo mejor para repeler esta temperatura insoportable.

Bebía a sorbos pequeños, con grandes deseos de quedarme allí el resto de la tarde. Miraba al mismo tiempo una revista de literatura, otrora de más calidad, pero qué más da, si hoy no importa ese manido valor de otros tiempos. Sin embargo la hojeaba y por ratos me deleitaba con sus bufonadas o con sus apuntes inteligentes de pié de página.
Los pisos de las cafeterías de mi ciudad son de muy mal gusto, y ello empeora cuando uno se adentra en las más populares, La mugre que cargamos con nosotros la dejamos siempre plasmada en esas baldosas blancas con pintas azules que acostumbran sembrar en el piso de todas ellas como si quisieran cosechar sólo suciedad.
El olor a refrito que provenía de la inaséptica cocina, y es igual en todas, me atosigaba tanto, que no me dejaba respirar.
-Niña, ¿no pueden hacer nada para evitar ese maldito olor?
Necesitaba asilarme allí mientras ese tiránico sol nos abandonaba a las cinco o seis de la tarde. Eran las tres y algo, no recuerdo exactamente la hora.

Allí está, claro, a ese rebote de olor se le sumaba ahora un vago con aires de rico almidonado. Pero no es más que un pobre diablo. Esas cejas pobladas de loco lo dicen todo. Mi suegro es un ejemplar parecido y es un esquizofrénico con un deschavete insoportable y de esa sangre debe ser éste.

¿Cerveza? ¡Claro, vago hijueputa! Tu corbata seguramente también toma de ese divino licor. La voz chillona y su remilgado amaneramiento para coger el vaso me da a entender que más que un vago parece un capataz o un jefecito mandón de alguna empresa de esta piltrafa de ciudad. La alopecia de seguro fue producida de tanto rascarse esa cabezota de estúpido que manifiesta ser. Claro, ahí está, se rasca una y otra vez. ¡Insoportable este tipo! Sigamos leyendo esta basura literaria, pues es mejor que mirar el cuadro de mi vecino y más recordando con tanta devoción a los mandones de este país:
-¡Lléveme esto para allá!
-¿Por qué no lo puso como le dije?
-¿Qué son estas horas?
¡Usted parece más un obrero que un profesional!

¡Gerenticos, capataces, mandones, gritones, piltrafas humanas! Recuerdo cuando nació mi primer hijo: ¡Ya llevás dos días en la casa! ¿Te vas a quedar criándolo?
Dios no existe, pero si por cualquier azar estuviera donde dice que está esa Iglesia que se autodenomina católica, lo acuso de haber creado a una raza maldita entre los malditos. ¡Mandar, mandar, mandar! Ese verbo debería de abolirse, o las bocas de quienes lo pronuncien deberían de ser cortadas y arrojadas al mar de la ignominia.

Dos cervezas lleva ya el payaso del vestido de cuadros y yo apenas un tinto, bien maluco por cierto.

-¡Tráigame una helada!
-¡Con mucho gusto!, me contestó la gorda de ojos tristes.

A estas alturas, parece que el viento se hubiera rebelado contra tamaño desacato de la naturaleza, pues a mayor calor siempre debería de oponerse mayor volumen de aire expelido por el seno de natura contra ese monstruo deshidratador.
Salgo y me refresco un poco. La gorda me mira con cara de perro regañado, como si fuera a escabullirme de su reino grasiento. No crea doña robusta, yo no soy ningún vulgar ladrón; cuando me decida a robar algo, va a ver que será valioso y que saldré en todos los noticieros del país. Un tinto y una cerveza generan estrés en esta dama: pobre pendeja. Voy a entrar y me voy para la mierda pues entre otras no me resisto esta atmósfera viciada de manteca y de tontos.

-¿Cuánto es? Le pregunté a la estresada hembra de guayaco.
-Son..... no recuerdo que me contestó pues lo olvidé al ver a la mujer que se sentó al lado del calvo cabeza de sapo.
Vaya, vaya, mira pues a mi amigo, ya consiguió mujer el muy avivato. Claro, todas estas putas que por cualquier cosa lo dan, se le tiran en los brazos a estos fantoches y más si los ven bien vestidos. Y bien bonita que está la dama. ¡Qué escote! Qué tetas, y no está mal de piernas la desdichada. ¡Pobre perra, a esta hora, con este tedio y buscando macho!

La gente con el calor se vuelve insensata. Todos quieren hablar duro, gritar, bailar, morbosear y decir sandeces que a nada llegan. Todos son bellos a cualquier hora, y ni se diga lo inteligentes y lo políticos que son. A mi lado, dos borrachitos han arreglado el país como diez veces. Si no fuera por la pereza que llevo en mi maletín estaría lejos de este burdel con aires de taberna. Claro, de taberna del diablo, porque qué cosas se ven, se dicen y se huelen.

¿Cómo? Le está alzando la voz la bella dama al pelón. Ya veo, es la moza de este tonto. Claro, de seguro le está poniendo cuernos a alguien, y ese alguien debe ser un amigo, pues así son estos, ¡traidores hasta la muerte!
Grita la dama en unas notas musicales, tal vez en do mayor, que se la pelearían en el coro de la universidad. Pulmones si tiene, tantos, que se le están saliendo por el escote. Definitivamente a mi amigo le faltan calzones para dejarse alzar la voz de esa manera.
¡Eso, eso! Calmála, cojéla con ternura calvo hijueputa pero decíle que baje la maldita voz de soprano pues toda la cafetería ya se enteró del affaire. Eso, que llore, que para eso son los lacrimales. Invítala a una helada, y metéle las manos por esas piernas pues para eso son¿no es tu moza pues? A las mujeres les viene bien una tanda de manos cuando se encuentran histéricas. ¡Pobre calvo, qué encartada!
¿Y esos niños por estos lares? Ajá, ¡se te vino con todos los argumentos calvo cabrón! Pero si es la concubina, ¿cómo es posible que se encarte con los niños la muy bestia?

Quería botar corriente y más cuando no tenía nada que hacer sino perder el tiempo. Mi revista a todas estas ya no tenía importancia, tanto que la tiré al basurero(y la tengo que soportar por dos largos años de suscripción) que también acostumbran mantener dentro de los mismos negocios los muy animales como si los moscos fueran unos invitados permanentes o testigos oculares de sus crímenes de lesa humanidad cuando asientan sus horribles patotas encima de las empanadas o cervezas de los clientes. ¿Cuántas enfermedades trasladan para las casas estos borrachos y estas putas no más con probar los microbios con grasa que dejan tan horrendos bichos encima de las botellas o de las papas calientes? En fin, desde hace muchos años prometí no comer ni un solo frito en la calle después de la tremebunda enfermedad parasitaria que me tuvo al borde la muerte y que gané tras una comida en la peor esquina de Medellín. Ahora pido un café y con mi mano impido que estos monstruos voladores caguen mi deleite.

Suenen rancheras y más rancheras que a lo mejor ustedes son las que me tienen elucubrando necedades. Me quedo estacionado aquí, no propiamente por la música sino por la película que vino a presentar mi vecino en el palacio del colesterol.
¡Qué niños más hermosos! Tres. Me recuerdan los míos. Aquellos lejanos seres que algún día nacieron para desgracia de ellos, en mi casa, con mis ideas, con mi visión de este destartalado mundo. Ahora están lejos, ahítos de padre. Un separado más. Un mal padre más. Un solitario más. ¡Qué importa! ¿A quién le hago daño?

Espera que crezcan pelón adocenado para que hagan de ti lo que quieran. Amor e hijos, amor y dinero, amor y mujer propia no combinan ni combinarán nunca. Pero hay que vivirlo para concluirlo.
Ya caigo. Bendito Dios. Mi vecino, el cejón, el careloco, es un pobre pendejo separado o dejado de esa mujer, y por ello los gritos. ¡Pagále hombre la mesada y dejá que se vaya que para esta hora ya no tengo tímpanos sanos!

-Traéme otra cerveza, pero más fría que la anterior.
-Ya mismo, me responde la gata de angora, que ahora me parece mejor.

Es increíble que a un hombre separado lo quieran tanto sus hijos. Así es la vida, en cambio a mí me desprecian a pesar de verlos casi todos los días. Concluyo que lo mejor es hacer lo de mi amigo: salir de la casa y cada uno o dos meses reunirme con la ex y los hijos no propiamente en este moridero sino en una cafetería más decente y así, de seguro, no me mirarían ni actuarían con el desparpajo de siempre. Claro, la ausencia alimenta la esperanza o la desazón, depende de cómo se mire el fenómeno. Lo cierto es que a este gordo le funcionó su plan. ¡Buena esa mi viejo! A las mujeres y a los hijos hay que pagarles con su moneda de vez en cuando.

No te parés cabezón y no frunzás tu ceño de gorila de esa manera. No le des importancia así a tu mujer, dejála que se largue, dejános reposar.

La salida abrupta de esa fiera dejó pensativo a Rogelio, nombre que alcancé a escucharle a la víbora de marras. No te vas, Rogelio, no te me vayas. Deja que te invite a un trago para que hablemos de mujeres.

-Dos frías mi gordita linda ¡Buena que está la robustina esta!

La tarde empezaba a amainar febrilmente. Las agazapadas nubes se descorrieron cansadas de su agache obediente. El viento, pródigo, entró en el recinto como si fuera un invitado más a este desorden. La música se me antojaba, ahora, mejor que nunca, como si hubieran renovado aceleradamente las notas de esas canciones mejicanas por alegres pavadas de corridos revolucionarios de ese pueblo de 1910 que se alzó contra Porfirio Díaz y por Zapata.

Unos cuantos tragos de alcohol fueron suficientes para sentir a Rogelio como un viejo amigo....

-Hey, Rogelio, amigo mío.....

No terminé de decir lo que pensaba cuando ya se habían sentado dos patanes en su mesa. Bueno, parece que este señor es más un consejero matrimonial, que un hombre maltratado por el matrimonio. En fin, dos cervezas tomadas a buena velocidad a lo mejor me ponen a volar y así a mirarme desde arriba, con más claridad.

-¿O no mamacita?
-¿Qué cosa señor? Me respondió como si fuera a comerme vivo con esos ojos que más bien parecían dos túneles tragaluces.
-¿No crees que la tarde invita a acabar con las reservas de cebada fría que tienes en el refrigerador?
-¡No lo sé señor!
-¿Cómo te llamas?
-Matilde
-¡Ah!¿Eres del campo?
-De San Vicente
-¿Y en qué parte del mapa queda ese pueblo?

A estas horas mi cabeza cesó de pensar, cosa que pocas veces me había sucedido.¿Se me quemaron las últimas neuronas? Así parecía. El calor me derritió el cerebro: a partir de ese momento era un damnificado más de la escasa inteligencia de este país. ¿Qué pensará Rogelio de la vida? Qué sé yo y qué me importa además.

-Ponéme un tango amorcito. Le insistí a Matilde. Alcancé a mirar el reloj y eran las cinco y treinta y aun había brillo en la tarde de ese lunes.
Vender, vender. Eso es lo que me dice la patrona como si fuera tan fácil y más con la térmica alborotada en esta ciudad.
¿A quién le interesa comprar esta roña de mercancía? A nadie. Todos, pobres y ricos quieren salir a mojar sus humanidades en cualquier lodazal o en sus casas de campo. Por lo menos treinta y cinco grados Celsius, como decía mi profesor de química en ese glorioso quinto de bachillerato, cuando yo lideraba “la onda negativa” del curso: ¡Locuras aquellas que no pueden repetirse! Treinta y cinco infiernitos de mierda y quiere mi jefa que su negocio sea vendido así no haya nadie que lo compre.
¡Estos carros malditos que no los detiene ni la fundición aérea del trópico y que le agregan a la ciudad tantos males, qué bueno sería una ley que los prohibiera o que por lo menos nos permitiera quemarlos en la fábrica, y así ponernos a tono con los verdes de Europa!

Ah, pero si los amigos de Rogelio vinieron en moto. ¡Ni motos ni carros: todos estos aparatos ayudan a la basura de clima errático que tenemos. Fuera con ellos del planeta tierra! Claro que cargar sendos maletines como me toca a mí, es tarea difícil y más en medio de ese furibundo y temible astro que se venga de nosotros con ulceraciones y porquerías en la piel.

-¿Qué pasa, qué pasa?

Disparos y todos al suelo, ¿Asaltaron un banco o qué? Pero si fue un banco estaría acá, al lado y en Guayaquil bendito que yo recuerde no hay bancos.

Me levanté del suelo, con la cabeza dándome vueltas, como si el mundo estuviera rotando a más revoluciones. Susto terrible. Creí que era la hora de llegada al paraíso.

-¿Qué pasó Matilde?
-¡No vio que mataron a ese señor?
-¿A cuál?

Miré a mi alrededor y no tuve que hacer mucho esfuerzo para ver a Rogelio agujereado como un colador y a Matilde tan pálida como una lápida de pobre.

-¿Pero qué fue lo que pasó?
-Cuándo usted se paró para hacer yo no sé qué, los dos tipos que estaban hablando con él lo golpearon y le dispararon sin misericordia y salieron corriendo y se subieron en esas dos motos que estaban parqueadas afuera. ¡Malditos hijueputas!

Regresé a los albores de mi razón, no sin sentir que la penumbra de la duda me estaba esperando en el quicio de mi entendedera para obnubilar aun más mi cerebro.

¿Qué había pasado?
¿Quién era ese tal Rogelio?

La salida de esa cafetería, en ese lunes infernal representó la pérdida temporal de mi equilibrio emocional. Mis juicios y razones para todo, mis diatribas, antaño de lo más inteligentes se devolvían como un extraño bumerang para quedarse en mi enfermizo seso.
Al día siguiente busqué desesperadamente el pasquín de la ciudad para saber qué era lo que había sucedido ante mis ojos, pues aun no alcanzaba a descifrarlo.
Encontré sólo una pequeña noticia luctuosa, sin importancia alguna: “Asesinado en el centro de la ciudad dirigente obrero, después de haber regresado del exilio forzoso de tres años en Europa”

Desde entonces borré de mi léxico muchas cosas.

Texto agregado el 22-09-2006, y leído por 103 visitantes. (1 voto)


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