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Julián titubeó esta vez. Algo le decía que el asunto estaba yéndosele de las manos. El tipo aquel se había transformado en una verdadera pesadilla e incluso, pensó que, al conocer él los escabrosos detalles de aquel crimen, su vida ahora corría peligro. Por lo tanto, decidió que acudiría a la cita, pero antes, llamó a la policía, encargándole que vigilara todo desde una prudente distancia.
Aquella noche, Julián aguardó que apareciera el individuo y su espíritu esta vez le decía que todo saldría bien. Cuando el tipo hizo su aparición, no se sentó a su lado sino que le indicó que lo acompañara a una “excursión”. Julián sintió una especie de vértigo, algo que le sobrevenía cada vez que imaginaba que estaba a pasos de vivir una experiencia excitante.
El viaje fue largo. Tanto, que creyó que habían traspasado las fronteras de su propia ciudad. Era, en todo caso, una apreciación errada, porque, lo que en realidad sucedió fue que el tipo dio muchas vueltas en redondo antes de dirigirse a su destino. El muchacho rogaba a los cielos para que la patrulla no se hubiese confundido con tantas vueltas y revueltas y hubiese extraviado el rastro.
Después de un par de horas, llegaron a una explanada. El tipo extrajo de su bolsillo una linterna e iluminó un frondoso sendero.
-Sígame- dijo con su voz de payaso.
Caminaron un buen trecho. La soledad era absoluta. Después de verificar que enfilaba en sentido correcto, el tipo se introdujo entre unos matorrales y apareció ante ellos un pequeño cementerio.
-Pues bien. Estamos a pocos pasos de lo que considero mi obra maestra.
La linterna iluminó un conjunto de cruces. El tipo se acercó a una de ellas y le indicó el nombre. Este estaba borroneado por el tiempo, pero distinguió las fechas: 1920 – 1955.
-Pero esto ocurrió hace mucho tiempo. Hay algo que no calza en todo lo que me ha contado.
-Pues bien, si usted levanta aquella tabla, encontrará una pala que sé que se encuentra allí. Comience a cavar, por favor.
Julián se dio vuelta ante aquella macabra orden y se percató que el individuo le apuntaba con un revólver. Con paso tembloroso se dirigió al lugar indicado y se encontró con la mohosa herramienta. Clamando a los cielos porque la policía siguiera cada uno de sus movimientos, comenzó con la penosa faena. El terreno estaba endurecido, lo que entorpeció su trabajo. Se sentía observado tras el haz de luz y temía que en cualquier momento, un disparo acabara con su existencia.
Después de poco más de una hora, la pala tocó algo duro. Supo que lo espeluznante estaba por acontecer. Un poco más tarde, removía con sus manos la tierra que se esparcía sobre un carcomido ataúd.
-Levante la tapa. Hágalo con cuidado para que no vaya a estropear la que considero mi obra de arte.
Julián obedeció la orden, temblando de miedo. El haz de luz iluminó el cuerpo de una mujer joven y tras suyo una osamenta. El muchacho gritó de terror, mientras sobre su cabeza, el tipo reía y en esa risa trasuntaba su insanía.
-Ahora corresponde acabar con esto de una buena vez. Elija por favor el lado en el cual querrá usted reposar...
(Concluye)
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