Vivo donde no hay otoño, donde no hay hojas tendidas en el suelo ni barrenderos recogiendo sus cuerpos de cenizas. Las hojas no poseen la nervadura de espigas de oro y no mueren como mariposas en el frío. No hay una estación para besar las copas con aliento de fuego y llamarada para convertir los follajes en raíces. No hay pájaros con calcetas amarillas ni equipaje de nidos en sus alas. Hay primaveras lluviosas e inviernos sin cristales. No hay huellas de arcillas en las praderas vegetales. Extraño los árboles con su cabellera pelirroja como inmensos vikingos en sus barcos de corteza escarlata. El otoño está ausente con su germen de relámpago gastado, ausente de sus zapatos de oro y sus cordones de plata. No puede preñar los campos de cicatrices oscuras, ni las huertas de tierra renovada. El otoño no está en la calle ni en los patios encarnado en una pala. No es el terraplén en el camino de abril ni el titiritero de los árboles muertos. No hay espada en sus manos de torero y flamea distante su capa carmín para sacudir y cegar las frondas. No está su llanto de topacio en los senderos y yo te extraño tanto, otoño en mi jardín.
Texto agregado el 23-01-2004, y leído por 427 visitantes. (5 votos)