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Era sólo una humorada. Total, dinero había para financiar tamaña locura. Y fue así como Julián creó una alocada página Web en que hablaba de asesinos seriales, crímenes de antología e incluso estableció un foro en donde invitaba a quien hubiese cometido un crimen perfecto, a que lo detallara con pelos y señales. Era sabido que muchos de esos individuos sentían que su fechoría había sido una obra maestra y el verdadero crimen era no divulgarla porque era necesario que se supiera que, al fin y al cabo, se estaba delante de todo un genio. Pues bien, era muy posible que el foro aquel nunca tuviera participante alguno y si los había, estos serían simples mitómanos o personajes con ansias de figuración.
Las semanas se sucedieron con lentitud pasmosa y cada cierto tiempo, Julián se asomaba a su página para constatar las nuevas intervenciones. Estas eran muy escasas y recibía sobre todo mucha correspondencia insultante, en la que se le tildaba de maniático, de enfermo mental y otras yerbas. Al parecer, crear dicha página, no había sido, después de todo, una buena idea.
A punto estaba de desertar, cuando le pareció ver un comentario nuevo en la sección más impactante, a su parecer. El mensaje expresaba lo siguiente: “He leído con sumo interés cada una de las secciones de esta publicación. Me parece que deberíamos conversar” El escrito lo firmaba un tal Landrú y si bien, Julián pensó que se encontraba ante un bromista, le respondió a su mail. A la tarde siguiente, recibió un nuevo correo del tipo aquel, en donde le invitaba a conocerlo de cuerpo presente. -“Sabrá usted que tendrá la oportunidad de establecer contacto con el más ingenioso asesino del que se haya tenido memoria. Sé que usted es un apasionado de la Criminalística y que no titubeará en venir a donde yo le indique. Si en un rapto de audacia intenta avisarle a la policía para que lo acompañe en esta incursión, tenga por seguro que nunca más sabrá de mí y se habrá perdido la oportunidad de conocer al que en el futuro será considerado como el más intelectual de los criminales.”
Al final, ambos acordaron reunirse en las inmediaciones del Cementerio General a una hora en que la soledad de las calles propiciaba tan singular encuentro. A la medianoche de ese frío invierno, Julián se sentó en un banco de piedra y se dispuso a esperar la llegada de ese extraño personaje. Un cuarto de hora más tarde, alguien muy arrebozado en un largo abrigo negro, se aproximó con paso decidido. El individuo se sentó a su lado y dijo con una curiosa voz: -Buen síntoma. Usted ha sido puntual.
-Me interesa de sobremanera escucharlo señor…
-Dejémoslo como Landrú. Lo interesante de todo esto no es mi identidad, sino lo que pienso contarle, si es que usted tiene la suficiente sangre fría para escucharlo.
-Descuide. Vengo preparado...
(Continúa)
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