(fragmento II)
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Ahora la veo. Claro que de lejos. De cerca… no me atrevo. Se está ahogando en la marea impetuosa de su espíritu (Si tan solo dejara salir las lágrimas, todo estaría bien), pero el dique es tan fuerte y tan pesado, que irremediablemente se ahogará. “No se puede ser más fuerte” o, mejor aún, “No es necesario ser más fuerte”. Pero ella no me oye, Porque estoy demasiado lejos. Pensándolo bien, siempre lo he estado, aún en frente de ella. Es imposible estar cerca, es imposible invadirla. No se puede, así no más.
Pueden ser tantos años de llantos atascados en la garganta los que han levantado las paredes inamovibles de mármol entre ella y el mundo, entre el mundo y ella. De lejos, en un día como hoy que la observo. Se me ocurre pensar que esa pena es de lo más insubsanable del mundo….
Ella
Ella
Ella
Siempre ella. En todas partes. Desde esa primera vez en una de las tantas veces del mundo. Entre tantas cosas que se mueven y se arrastran y viven bajo el sol. Pero yo se el secreto. ¿Qué hay al fondo de un agujero negro? ¿Al final del túnel? Yo se la respuesta. Del otro extremo está ella, o el resto de ella, porque sus ojos negros se han extendido ya como esos túneles que lo succionan todo, que lo atraen todo sin dejar nada.
Yo que la conocí personalmente, me atrevo a decir en voz alta lo que quizá muchos se repitieron en voz baja: En sus ojos, en lo angustiosamente profundo de sus ojos, asustan.
¿Su edad? Veinte, veintiuno… cien. A veces suelen ser menos. La más de las veces, el doble. No puede saberse.
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