ADÁN
Adán nació el 14 de Junio de 1975, y no hay dudas que fue el primer hombre, puedo afirmarlo. Las razones sólo yo las conozco y la verdad a ustedes no les importarían en lo absoluto. En su camino ha habido tres Evas, una que otra desgraciada serpiente, toneladas de rojas y dulces manzanas y por supuesto como todo Adán que se respete ha perdido las acciones de su paraíso particular. Somos buenos amigos, nos vemos bastante a menudo (todos los días supongo). Es una gran persona, aunque se pasa de maniático y esnob. El otro día me pareció más lento, más apagado, menos alegre, con menos cabello. El tiempo, las arrugas, las taquicardias, el colesterol, la artritis, la incontinencia, las canas. ¿Quién puede escapar?
Son treinta años. Treinta años y nueve meses para ser más exactos. Treinta años y nueve meses detrás de él como una sombra de esas que únicamente admite desprender cuando por descuido la luz lo deja al descubierto. Una sombra ansiosa por hacerse aunque sea de un secreto de los que a nadie se atreve a revelar, pero no tiene caso, su vida y la mía no se pueden separar a pesar de que jamás hemos ido por el mismo camino. Sí, hay veces en las que me sorprende con alguna salida intempestiva. Nada del otro mundo. Nada que pueda romper con el orden establecido, para él así es más fácil vivir... y más tormentoso.
Le gustan las guitarras, pues sabe que en sus manos sería imposible que hablasen un poquito. ¿Un mal innecesario? La misma filosofía aplica en el amor, se aferra a lo imposible, a lo estéril, a lo irreal. Babel sin principio ni fin. Sí, un mal innecesario. Desquiciado, desequilibrado. Bebe martinis con aceitunas rellenas de melancolía. Disfruta las puestas de sol, tanto que desearía ver cuarenta y tres en un día. Le gustan las tostadas con queso gruyere y el pan con mortadela. Dice tener un millón de amigos y no deja de quejarse por la soledad que lo arropa, eso le pasa por arrinconarse. Asegura que su vida es insuficiente, mas carga un saco de lamentos a cuestas por los años que le acompañan, si bien no los aparenta, si bien su alma es la de un niño. Lo conozco, esos años le valen madre, es la condición de estorbo que arrastra consigo la vejez y el creer firmemente que las oportunidades por lograr algo importante le pasan frente a sus narices sin atrapar una sola. Abandonó los dibujos y los lápices de colores, eso dolió. Soñaba con trabajar en Disney. Mucho ha quedado atrás: treparse a los árboles de tamarindo para evitar una paliza. El lego con el par de piezas desaparecidas y otras tantas masticadas. Bobby, el perro demente que nos hacía correr por toda la cuadra y que a más de uno mordió, el mismo que después en venganza matamos a pedradas porque enfermó de rabia. Los papagayos enredados en el cableado público. Las pelotas que la vieja Carmen nunca devolvió y que sus nietos luego exhibían campantes. Las coñazas a los campantes nietos de la vieja Carmen. La primera vez que se fugó de la escuela, y la segunda, que fue su primera vez solo en el cine, pasaban La Historia Sin Fin. Aquella sensación extraña y placentera que recorría su cuerpo al hojear las revistas que el hermano mayor escondía bajo el colchón. La traición. La ruptura. El presenciar como X y Y caían del altar que en el corazón les tenía levantado. El no entender que pasaba. El fuera de juego. Todo eso y bastante más quedó a sus espaldas. También yo. Contaba apenas 12... 12... El mundo y el resto de la vida aguardando. Tú seguiste adelante, buscando ese mundo, ese resto de vida, con tal afán que te perdiste, con tal afán que encontraste lo que no buscabas, con tal afán que no pudiste volver a ti. Nada resultó como te contaron. Nada fue como lo imaginaste. Terminaste en un sarcófago con tus libros, tus discos, contándole a tu almohada los anhelos de un alma como la tuya, con más miedo que Bobby el día de su muerte. Sí, es cierto, las experiencias duelen (acaso no me veías llorar cuando bajaba del tamarindo, yo sabía lo que me esperaba), pero la vida no es una migaja, va más allá de tumbas obscuras y malos ratos. Incluso puedes volver, no a los doce, pero puedes volver.
Pobre Adán, el primer hombre y las razones sólo yo las sé. Vamos en el mismo tren. Mismo asiento. No, no uno al lado del otro, en el mismo asiento. Sin embargo llevamos caminos diferentes. A él no le queda mucho según el horizonte hasta donde alcanzan sus ojos, sinceramente yo espero ir más allá. No quiero ser como él... a pesar de ser su sombra... ... ... Y esto no es un sueño.
(este escrito fue publicado hace un tiempo en una de mis columnas: Sueños de una noche en el Baño, en una revista que hago con unos amigos. Creo que se refiere a mí ¿?) |