NUEVE
Te dije hace unos días que el escribirte tanto como te he escrito me producía una cierta sensación de quedar desprotegido frente a ti, porque además, y lo has reconocido, tú te guardas más tus cosas que yo, y el decirte eso provocó un momento de tristeza entre nosotros. Desde entonces no había vuelto a escribirte, pero creo que debo continuar, no debo detenerme en esta tarea que me he impuesto y que no es ni más ni menos que contarnos a nosotros mismos, que la hemos vivido, nuestra historia, así es que aquí estoy de nuevo, acostumbrando mis manos con el notebook que me regalé, justo premio, no me lo negarás, a tantas horas de cronista, ya estaba bueno ¡qué diablos!, a veces me dan ganas de mandar todo a cualquier parte, y pienso que, cuando estoy a punto de cumplir los cincuenta, bueno, en cuatro meses más, ya es hora de empezar a pensar un poco egoístamente, más de alguno me dirá ¿acaso no has tenido lo que has querido en la vida?, y no le faltará razón, yo aún no lo puedo creer, pues he realizado sueños que para muchos no son ni siquiera sueños, pues sólo pueden plantearse al nivel de la fantasía, hay cosas con las que no puedes ni siquiera soñar, como que la mujer que amaste como un amor imposible, que no era tuya, ni podía serlo, que estaba situada en las antípodas tuyas, que se fue para no volver, que no volviste a ver en veinticinco años, y que cuando la volviste a ver fue sólo para sentirla más lejana aún, si más lejanía era posible, ahora es la persona que más cerca sientes en todo el mundo, ahora te ama, ahora esperas su llamada en pocas horas más, ahora puedo decir tu nombre, Antonia Sarowski, ahora te puedo decir “te amo”, ¿qué más puede pedirle un hombre a la vida? Alguno me dirá que también podría haberme hecho rico, y no lo soy, y también puede que tenga razón, pero puedo responderle que ni con todo el oro del mundo podría haber comprado la felicidad que tú me has regalado a cambio de nada, y en estos tiempos de separación he pasado más de un apuro, un pago de honorarios atrasado me puede descalabrar la vida cotidiana, pero ni en los peores momentos que he pasado en ese aspecto he llegado a sentir las angustias que antes, por mucho menos que eso, me llevaban a ingerir diariamente unas buenas dosis de Ravotril, ahora puedo sentir más angustia esperando tu llamado, cuando pasan más de tres horas sin saber de ti, cuando por cualquier razón no puedo verte, no puedes venir, pero ¿por plata?, apenas habré estado un poco nervioso, y ni siquiera eso, más angustias he pasado con mis hijos, que no sé si están acusando el golpe de la separación, Cucho hijo con sus insomnios y su estrés, Francisco con su estómago descalabrado y sus porfías, la Rosario, fuera de control, coleccionando anotaciones y notas rojas, Tomás, en fin, con su mutismo de quinceañero que no sé qué esconde, pero no he vuelto a tomar pastillas, tú lo sabes, así como he ido paulatinamente dejando el cigarrillo, aún cuando a veces, cuando hablamos por teléfono, tú me sorprendes fumando, sí, es verdad, aún me fumo un puchito de vez en cuando, para qué voy a ocultártelo, pero piensa que hace tan poco tiempo atrás era una cajetilla diaria, ahora pueden ser cuatro o cinco al día, cuando no estoy contigo, porque cuando estamos juntos yo puedo pasar días y días sin fumar, sin sentir la necesidad de hacerlo, y deberías saber que no hay mejor compañero para la soledad que un buen cigarrillo, pero yo rehuyo esa compañía, como me he mantenido alejado del trago, y no es porque no tenga, porque aparte de mi ropa y unos pocos libros, lo otro que traje conmigo cuando dejé mi casa para siempre fueron mis tragos, los piscos peruanos y el licor de algarrobina que me regaló Lucho, el arak de Jean Pierre, mi brandy y mi Baileys, con el que te adorno el café, cuando vienes a visitarme, algunos de los cuales llevaban años sin ser tocados, y así siguen aún, aunque con frecuencia acompaño la cena de la noche con una, una, copa de vino, y, a veces, me tomo un whiskie solo, para acompañar un libro, tan distinto de mis antiguos whiskies de los domingos por la tarde, en mi casa, pero tú sabes que me he portado bien, al fin y al cabo sí soy un tipo compuestito, como tú me caracterizaste tempranamente, y he aprendido a vivir solo, a recibirte, cuando vienes, con un departamento relativamente ordenado y limpio, digo yo, ya sé que no es un hogar familiar, ni mucho menos, se le nota demasiado su condición de departamento-arrendado-amoblado-por-un-separado, y a lo mejor podría hacer más para darle otro aire, tú me sembraste unas flores y plantas, que aún no han brotado, tengo que regarlas más, yo he comprado unas pocas cosas para estar más cómodo, pero no sabes cómo odio ese baño incómodo, cómo evito entrar al dormitorio chico, sólo para sacar ropa, qué más podría hacer con un dormitorio tan chico, sin sol ni vista, aunque me ha permitido poder alojar a mis niños, los fines de semana cada quince días que me toca estar con ellos, en fin, no logra ser un hogar, y tampoco, debo reconocerlo, he hecho mucho para que ésto cambie, un cuadro que me pintó Francisco, “El grito”, de Munch, aún sin enmarcar, los monitos que me has regalado: mi oso de aluminio, que me trajiste de Canadá el año pasado, el pato de madera de largo cuello de Temuco, el Tribilín de Orlando, el viejito pascuero, que me trae a la mente, no sin tristeza, la Navidad próxima y solitaria para la que debo empezar a acorazarme, pues ya es un hecho que la Rosario no quiere que la comparta con ellos, está bien, yo puedo entenderla, como sé que tú querrías estar conmigo, pero tienes que estar con tus hijos, también tú no dejarás de sentir pena, pues no sé si Daniel, tu hijo mayor, que está en Canadá con Alfonso, podrá estar contigo, pero tienes el consuelo de estar con tu Francisco y la Sofía, yo sé que estaremos juntos, Antonia, lejos pero juntos, como hemos estado este año y casi ocho meses ¿verdad?, es mi esperanza, sentir esa noche que de cualquier forma que puedas me harás sentir que estás muy junto a mí, no me has fallado nunca, no será esa noche la ocasión de hacerlo, como no lo has hecho esta noche, en que a mi llamado para que te acuestes temprano has respondido de inmediato con tu mensaje escrito en el celular diciéndome que ya vienes a acompañarme desde la distancia, tranquila, princesa, haz tus cosas con calma, yo te espero, para leerte tu cuento por el teléfono, para que dulcemente entres en el sueño, y yo sentir que te duermes acurrucada junto a mí, aunque estés tan lejos, Antonia, aunque estés tan lejos.
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