Capítulo quinto: Una promesa atrás
Fue una noche agotadora durante la cual pudo beber hasta la saciedad. Lograron derrotar a los bárbaros y estos huyeron de nuevo hacia las montañas. Hubo decenas de muertos en el pueblo y muchas pequeñas batallas en todos los rincones. De nuevo había cadáveres apilados en las calles y la sangre ya no era un río, se había convertido en un torrente. Las mujeres, los niños y ancianos salieron del templo y comenzaron a cuidar a los heridos mientras que el sacerdote preparaba los cuerpos para ser enterrados. Los cuervos volaban en círculos acercándose para picotear los cadáveres cuando alguien no miraba.
Melban arreglaba sus armas y se preparaba para marcharse. No necesitaba descansar, después del festín de esa noche estaba eufórico y rebosante de energía y fuerza. Luizzic se había fortalecido y estaba ansioso porque llegase la noche, su fuerza y poder se habían multiplicado con creces, pero al menos la luz del Sol le mantenía inactivo. Recogió todo lo que tenía y lo guardo en su mochila, partiría de inmediato, no quería darles una oportunidad a los bárbaros para reagruparse y atacar, aunque dudaba que lo hiciesen. Tampoco quería cruzarse con la gente del pueblo. No esperaba tener que despedirse de nadie.
Se echó la mochila al hombro y salió de la posada sin mirar atrás. Tendría que acostumbrarse a esa vida errante. No debía quedarse en ningún pueblo durante mucho tiempo, su doble vida era imposible. Su destino estaba fijado en la soledad del camino. Miró hacia el sur y hacia allí guió a sus pasos. En esa dirección estaba la capital del reino donde sin duda había mucha más gente que tan cerca de la frontera donde se encontraba. Allí le resultaría más fácil alimentarse sin ser descubierto y probablemente encontraría a más gente de su raza.
Caminaba sin prisas, tenía toda la eternidad por delante. Para que correr cuando puedes disfrutar del paseo de la vida o la imitación de vida en la que estaba el. Estaba llegando al borde del pueblo, a punto de dejarlo por siempre atrás cuando alguien se interpuso en su camino. Era Arckor, allí estaba con un brazo entablillado como consecuencia de la batalla observándole, esperando que estuviese a su altura.
- Es una pena que te vayas, un luchador con tu habilidad vendría bien en el pueblo, no creo que tarden mucho en volver a atacar el pueblo esos malditos bárbaros.
- Bueno, no es mi problema, no tengo nada que proteger aquí, no es mi tierra, nada me ata aquí.
- Necesitamos ayuda, Melban. Necesitamos gente para levantar este pueblo. No podemos hacerlo solos.
- Tengo un asunto pendiente por la zona, te prometo que volveré y tal vez me establezca aquí por un tiempo. Y ahora el camino me aguarda.
- Adiós.
Siguió su camino sin girarse. Era un buen lugar para vivir, pero tendría que crecer mucho el pueblo para poder establecerse allí. Es cierto que alguna vez debería volver, tendría que solucionar el problema de Amber. No podía dejarla allí encerrada por siempre ni permitir que vagara por el mundo matando solo con el objetivo de darle caza. Debería volver para matarla o demostrarle que no podría contra el.
Tal hubiese hecho mal prometiendo que volvería. Ahora su palabra le mantendría atado a ese pueblo. No debía ir dejando promesas en el camino, aunque siempre podría romperlas. Pero entonces nadie creería en el y cuando llegase el momento de hacer alianzas o amistades necesitaría todos los puntos posibles a su favor. Aceleró el paso, ya había pasado el mediodía y el Sol ya se acercaba al horizonte.
Tendría que alejarse mucho del pueblo antes de que cayese la noche para estar seguro de que Luizzic no podría volver y hacer algo por lo que luego se arrepintiese. No sabía que iba a hacer mientras durase su viaje, solo sabía que se sentía más libre que nunca, que podía hacer cualquier cosa. Se preguntaba como reconocería a gente que compartiese su maldición. Eran tantas las cosas que no sabía, pero la vida misma sería su maestra y de ella aprendería todo lo que necesitase.
Balthamos |