El rostro estaba todo mojado, la lluvia caía a cántaros de este a oeste. El scan de abajo hacia arriba lo muestra todo: zapatos negros, pantalones grises, camisa amarilla perfumada, corbata negra con rayas grises diagonales, chaqueta de cuero negro. El rostro estaba todo mojado.
Todo mojado seguía el rostro, aún así se podían distinguir los ojos rojos, desorbitados, los labios apretados. Atrás las luces rojas frenaban. Pasaban y frenaban. Más atrás la gente corría. Otros, bajo el resguardo de un paraguas caminaban lentamente, y otros lentamente corrían caminando bajo alguna publicación barata.
En el perfil derecho se distinguía más o menos lo mismo, la excepción era un reloj color acero inoxidable, y el puño cerrado, claro está. Más arriba la oreja se vaciaba de tanto llenarse. La oreja chorreaba mentiras.
El rostro estaba todo mojado, de oeste a este la lluvia caía a cántaros. Los cabellos empapados se intrometían en los ojos y él los retiraba con la mano para ver si sus ojos no mentían. El reloj brillaba cerca del rostro, contando los días pasados, las memorias frágiles, las mentiras fáciles, las noches vírgenes y las lluvias melancólicas.
Era raro. Ese día también llovía.
Desde atrás, su cráneo, el cabello suelto hasta los hombros, el reloj retirando el cabello del rostro. Atrás el vidrio deja ver un local, es un café. Café Bambú, o pupú, como le decía él. Y más atrás, mesoneros con bandejas llenas. Y el reflejo de él, parado como un huevón.
El rostro estaba todo mojado, esta vez llovía de arriba hacia abajo. De arriba hacia abajo desde su lagrimal derecho. De arriba hacia abajo desde sus dos lagrimales. Los ojos vidriosos lo reflejaban todo. Un close-up en sus vidrios habría delatado la situación. Se hubiera visto a una feliz pareja caminando hacia la puerta, distraídos, de manos, sonriendo. A un viejo riendo a carcajadas. A una mujer sola, desesperada, preocupada, sorbiendo un café.
Pero no había cómo hacer un close-up. Así que lo único que vimos fue a tres personas discutiendo, el hombre del reloj inox gesticulando, casi golpeando a una feliz pareja.
Al final ya no llovía, sólo escuchábamos la brisa soplando de oeste a este. La brisa trajo consigo el eco de alguna voz: “Maldita puta de mierda!”. |