me quiere... no me quiere... me quiere...
Además de sentirse un poco idiota por lo del jueguito, Gabriel le pedía mentalmente disculpas a la margarita que en ese momento era destruida con un fin místico-ridículo. Pobre flor!
Siete años de secreto amor hacia Luz Dary, convertían a Gabriel en un tipo triste y un poco lento. Las cartas eran una obra maestra, de las flores ni hablar, y una de sus mejores herramientas era ser su vecino y tenerla a simples ocho metros, pero que parecían ocho mundos.
Era una morena preciosa, valía la pena mirar calladamente el techo durante horas dibujando cada parte de su cuerpo, desde la mirada alegre y la atrevida boca, pasando por las sabias manos, incluso demorarse en la suavidad hecha vientre y su vértice de musgo.
Lo jodido empezaba cuando ponía los pies en la tierra y reconocía que él no era blanco de sus miradas, y menos, hacía parte de las fantasías nocturnas a las que él tanto jugaba. Lo jodido seguía cuando ella rompía una a una las cartas depositadas bajo su puerta en acto de sincera travesura. Y jodido terminaba el día cuando ella se paraba en el balcón con la guitarra para cantarle polifónicas lamentaciones a su amor secreto.
Fácilmente siete años hicieron hueco para enterrar la costumbre, y ya sentadas las bases de él, como anónimo solitario; y las de ella, como errante y triste bohemia, Gabriel decidió jugar el todo por el todo y la enfrentó junto a la escuela:
–Luz Dary, sucede que, queee, lo que pasa es que... el otro día...– no pudo hacerlo.
Gabriel salió corriendo como perseguido por la vergüenza, y se detuvo muchos metros adelante entendiendo que la verguenza lo tenía atrapado del cuello...
Cortó una margarita, prometiendo que sería la última que cortaría en su vida, se sentó frente al gigante nogal, y en silencio empezó a deshojarla...
La voz de Luz Dary a su espalda lo atravezó de inmediato, y se volvió una estatua, pero no de sal, y le salieron lágrimas, pero no de espanto, mientras ella iba diciendo a la caída de cada pétalo: –te quiero... si te quiero... te quiero mucho... |