No sé por qué razón ese día, y pese a estar bastante contrariado por las permanentes discusiones con mi pareja, presté atención a la figura delgada de ese hombre, que todos los días se acercaba hasta el local para pedir se le diera un cigarrillo.-
De más o menos unos cuarenta y tantos años mal llevados, de ropas gastadas, aunque limpias, barba rala y ojos húmedos, era el blanco de las burlas cotidianas.- -¿Y profesor, que números jugamos hoy?.- Esa pregunta, sabíamos, actuaba como el disparador de las burlas, y de respuesta ya conocida....... –Cincuenta, doce, dieciocho, decía el hombre.........
–Pero profesor, lo mismo dice todos los días........ –Cincuenta, doce, dieciocho, ¿me dan un cigarrillo?........, él reiteraba una y otra vez la respuesta.-
Y broma tras broma, siempre igual, las burlas no cesaban hasta que algún caritativo le daba el tan ansiado cigarrillo.- Decidí ser yo el que cortara la espera del hombre aquél, y con un gesto le indiqué que se acercara.-
Quiero que te quedes con todo, es para vos, dije, dándole el atado completo de cigarrillos.-
Me miró, y como respuesta recibí el consabido, cincuenta, doce, dieciocho, pero antes de alejarse, algo pareció encenderse en sus ojos, y señalando hacia mí dijo......gracias, pero ella no contesta......, y se alejó con su preciosa carga.-
Quedé un largo rato meditando sobre las palabras que había agregado ese día el hombre, y de pronto todo se había aclarado en mi mente, como si un velo se desgarrase dejando ver la verdad sobre él.-
Cincuenta, doce, dieciocho, debía ser el número de teléfono al que había llamado con infinita insistencia, sin obtener respuesta, y aquel pobre hombre había enloquecido, por no ser perdonado, o por no saber perdonar, llevándose el amor perdido su cordura.-
No podía dejar de pensar en esto, y una inquietud comenzaba a apoderarse de mí, tomé el teléfono y comencé a insistir en una llamada.-
La campanilla se quedaba repiqueteando en mis oídos, pero no obtenía la respuesta esperada.-
Colgué el auricular, y con un temor creciente, ya que yo también debía perdonar y ser perdonado, casi sin darme cuenta, me había contagiado.
Y mis labios, obedeciendo al corazón y no a la mente, comenzaron a balbucear con amor.....su número de teléfono.-
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