Bajo tus manos se esconde esa fruta oscura que lentamente va cayendo del árbol que significa tu cuerpo inmaduro, que vive y sigue creciendo bajo el calor de mis caricias entre tus piernas, cuando busco cómo estar más dentro de ti, reconociendo cada valle, cada cima redonda y cada sima profunda de tu hermoso cuerpo. Y me encuentro en el camino algunas ataduras y puentes que debo derribar, que intento hacer pedazos y jirones, en esas honduras que me reservas bajo la piel que falsa te esconde de mí.

Siento océanos húmedos y cálidos, selvas tupidas de sexo amordazado y colinas enteras de territorios inexplorados, y mi ritmo se acelera de sólo rozarlo, de sólo pensar que el satín que te envuelve será desgarrado por la furia de mis dientes y mis manos, tan pronto como te tenga a alcance nuevamente. El río de tus cabellos me envuelve el rostro sudado por la odisea, mientras mis piernas tiemblan por la escalada, no puedo dejar de saborearte toda mientras estás postrada a merced de estos labios que te recorren en lo más oscuro de la noche.

Mi rostro se introduce en tus labios y sudo a mares mientras te aferras a la balsa que nos lleva a este viaje sin retorno, despeinas mi cabello revuelto y tus muslos me sujetan hasta casi el punto de ahogarme, me retraigo un poco para tomar aire y seguir explorándote hasta donde llegue mi lengua furtiva. Mis brazos tiemblan ahora después de tanto remar con tus largas piernas y me das un respiro, el sol se ha marchado para dejarnos seguir explorando y con la noche los insectos se detienen a vernos terminar este ritual a la luz de la luna, que celosa quisiera bajar a interrumpirnos, pero es demasiado tarde, hemos llegado a ese punto donde sólo podemos voltear a vernos para volver a intentarlo de nuevo.