Capítulo cuarto: Batallas en Ciron
Era solo una sombra más en la noche, un fantasma que en silencio avanza en la oscuridad, acechando que nada escapase de su atención. No se oían sus pasos, solo un tenue murmullo igual al que precede a la muerte. Una sonrisa dibujada en su rostro, formando una mueca terrorífica. Tenía sed y nada ni nadie podría salvar al primer infeliz con el que se cruzase.
Sus ojos se habían tornado más negros, casi parecían una perla del color de la noche. Sus dedos se transformaban poco a poco en garras. Su piel era ahora gris, del color de la ceniza. Su transformación no era tan brutal como la de Amber, pero si que se apreciaba con claridad. Cualquiera que se lo encontrase por la calle sabría que el no era humano.
Cualquiera que se lo encontrase lo primero que haría sería correr.
De repente se detuvo. Silencio. No se oía nada, ni siquiera una ligera brisa. Se ocultó en el portal de una casa, observando. Sus sentidos no le ayudaban, a pesar de estar mucho más agudizados que los de cualquier otro ser, pero aun así algo le decía que ocurría algo, que tenía que estar alerta. Se puso tenso, preparado para cualquier cosa. Su mano se dirigió a la empuñadura del sable sin desenvainarlo porque su brillo podría delatarle. Antes era el cazador, ahora se sentía la presa. Pero una presa con más de una sorpresa preparada. Vigilante, observaba las sombras que le rodeaban, cuando una de ellas se movió.
Era un hombre de piel clara, pelo largo, rubio y trenzado. Una espesa barba le cubría la parte inferior del rostro. Vestía un peto de cuero y unos pantalones cortos y anchos. Sus brazos eran musculosos e iban desnudos. Empuñaba un hacha intimidante que tenía que manejar con las dos manos, portaba un escudo en la espalda y una espada grande en la cintura. Calzaba unas pesadas botas que cubría con una tela para no hacer ruido al pisar. Su rostro estaba cruzado con una temible cicatriz que iba desde la oreja derecha hasta la parte superior izquierda del cráneo, su ojo derecho se había salvado por muy poco. No cabía duda de que era uno de los bárbaros que atacaban al pueblo.
Antes de que percibiese su presencia, Luizzic salió de su escondrijo a toda velocidad desenvainando su sable por el camino con un rápido movimiento.
Poco antes de llegar hasta el bárbaro este le oyó acercarse y se echó atrás tan rápido como pudo, se salvó por muy poco, pero ahora tenía un corte en el costado izquierdo. El bárbaro giró su hacha con un gesto salvaje y cargó contra el vampiro. La manejaba con una habilidad pasmosa y como si se tratase de una pluma. Luizzic aprovechando su velocidad superior esquivaba golpe tras golpe parando cada vez más golpes conociendo a su rival. Pronto fue capaz de prevenir todos los movimientos del rival y adelantarse a el, pero aun así seguía siendo un enemigo digno de admiración.
Cuando el bárbaro atacó con su hacha haciendo un giro horizontal Luizzic dio un paso atrás para esquivarlo y espero a que el hacha estuviese a la altura correcta y descargó un poderoso golpe con su sable que partió el mango del hacha por la mitad. Volvió a preparar su sable y atacó a su enemigo desarmado, pero un instante antes de que su arma le atravesase el bárbaro interpuso su escudo de madera. El sable lo atravesó pero quedó frenado notablemente y el bárbaro pudo evitar el arma de Luizzic. El vampiro intentó extraer su arma del escudo y su rival aprovechó para soltarlo, el resultado fue que, por su propio impulso Luizzic perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, el bárbaro desenvainó su espada e inició un golpe contra el del suelo. Para salvar la vida Luizzic apoyó el sable en el suelo con el escudo todavía clavado y esperó hasta que el arma de su rival golpease, en ese momento soltó el sable y se escabulló poniéndose tan cerca de su rival que no pudiese usar la espada con comodidad. La espada siguió su curso y partió el escudo por la mitad y al no encontrar mucha resistencia el bárbaro cayó hacia delante.
Sin embargo el bárbaro nunca llegó a caer al suelo. Luizzic había interpuesto sus garras por medio y le habían atravesado. Su brazo estaba totalmente cubierto de sangre y las tripas del bárbaro. El aire quedó impregnado con el olor metálico de la sangre y ante esto el vampiro no pudo hacer nada. Se inclinó sobre el cadáver y empezó a beber, a saborear su caza. Nunca antes había probado la sangre humana, siempre se había contentado con la de animales y alimañas. Esta era infinitas veces mejor.
Su cuerpo volvía a la normalidad, sus garras eran de nuevo dedos normales, su piel volvía a la normalidad pálida de antes, sus ojos eran de nuevo humanos. Sació su sed y podía sentir como la sangre nueva recorría sus venas fortaleciendo cada uno de sus músculos. Pudo saborear durante muy poco tiempo la recompensa de su victoria. Estaba arrodillado frente al cadáver cuando oyó los pasos que se acercaban.
Se levantó sin perder tiempo y recogió su sable, le dio tiempo a limpiarlo con la lengua y estaba envainándolo cuando llegaron los guardias de Ciron.
- ¡Un bárbaro...! –Exclamó uno de ellos.
- ¡A las armas! ¡Nos atacan! – Gritó Arckor. ¿Estás bien Melban? Ya veo que te has librado de el sin muchas dificultades.
Debía ser porque era de noche porque generalmente estar cubierto totalmente de sangre no se podía considerar “pocas dificultades”. Pero aun así era agradable que Arckor no se hubiese fijado más detenidamente en el. Porque habría podido ver solo tenía sangre en el rostro alrededor de la boca. Antes de que lo viese Melban se limpió y saboreó un poco la sangre que quedaba.
- Creo que al parecer no vas a poder irte de aquí sin luchar. Es una lástima pero agradecemos que una espada tan diestra se tenga que quedar aquí. A lo mejor es un mensaje de los dioses.
- Si los dioses existiesen en estos momentos el muerto del suelo sería yo. Le contestó Melban mientras volvía a desenvainar el sable para enfrentarse a los bárbaros que cargaban contra ellos desde el otro lado de la calle.
P.D. Tranquilos, no sería capaz de que el protagonista de esta historia fuese capaz de matar a un niño.
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