El hombre estaba sentado sobre una roca, rojo pelo, voz tranquila, algún consejo pedía a su suerte, en voz alta pero armoniosa, encajaba en un espacio perfecto, dejado por el ruido de los automóviles y el sonido incesante de miles de voces que también encajaban perfectamente entre un ritmo universal. Tomó su chaqueta y golpeó el suelo para impulsarse, hacia delante, hacia arriba, las luces disparejas reflejadas en pedazos de vidrios iluminaban de vez en cuando un rostro sin nombre, un rostro humano y mas humano por ser ese rostro y no otro, su cabeza dio vueltas y avanzo por los caminos silenciosos que guardaba una banda de música en algún lugar de la ciudad, obviamente mas rápido que él, él era solo un hombre, él era “el hombre”, sin sentido, sin razón, pero entendido por todos los demás y enrazonado, enjaulado entre metales invisibles, entre represas de sangre e ideas. Dio la vuelta a la esquina y vio a otro hombre, pelo brillante y nariz respingada, atesorado dentro de si mismo, lo miro a los ojos, se miro a los ojos y se detuvo un instante, su alma siguió de largo, no se detuvo a contemplar lo que el veía, le beso la mano, le pidió disculpas y se fue lejos, el siguió parado esperando un discurso, esperando un palpitar, esperando una acción, a veces el esperaba simplemente nada, el otro hombre avanzó y se paró frente a él, el metal hidratado por la sangre oscureció un poco su pelo rubio y acható un poco su nariz respingada, quizás cuan rubio fue, quizás cuan respingada fue su nariz, él cayó sin que su alma supiera, sin que su cabeza se diera cuenta, solo fue olvidado por él mismo y recordado por nadie mas.