El domingo estaba caluroso. La humedad en el ambiente auguraba una lluvia que nunca quiso aterrizar. Los cuatro guineos ya estaban en la licuadora. Celia habría la lata de leche evaporada mientras yo buscaba el azúcar. Esteban jugaba con su triciclo en la casa porque afuera estaba Tomas y a Celia no le gusta que compartieran mucho porque Tomas es muy malapalabroso.

La comida casi estaba y yo hacia mi batido de guineo, sin mas agua que el hielo y con una galleta rellenas de dulce con sabor a vainilla para que tenga mas consistencia. Las habichuelas hervían, el calor era intenso en la estrecha cocina atestada de trastes. Un niño de tres años no logra distinguir del todo lo que puede ser peligroso, así que en un simple juego Esteban entra a la cocina, llama a su abuela para jugar mientras pedalea en dirección de ella. La licuadora ya estaba encendida y yo le explicaba a mi madre y hermana como suelo preparar batidos.

El niño no es atendido ni escuchado, me percato de su presencia en la cocina cuando ya ha chocado con la estufa y las habichuelas hervientes caen sobre su brazo derecho. Los gritos no se hicieron esperar, y todos corrimos a socorrerle.

Afuera, mientras corríamos al hospital mas cercano, Tomas llora porque el solo quería jugar con su nuevo carro de baterías y se lo habían impedido. Esteban presenta quemaduras de segundo grado y faltara por un buen tiempo a la escuela.