Por todo eso y algo más, pienso que es muy necesario que todos esos pensamientos que llamo “de cualquier índole”, asuman corpórea sonoridad en la garganta firme y vigorosa de un líder. Reivindicando derechos de “cualquier índole”, digo yo, la pasta de dientes, el cepillo, la licuadora que se atascó, esos doscientos veinte volts que en sí, son un batallón, mis cabellos, los soquetes, mi arrendadora que se aparece siniestra y me pide que le cancele lo que le adeudo sin que medie agresión alguna, mi jefe que, como estampilla, se apega a mi servil espalda y me contempla como quien contempla a una cucaracha. Y allí está el Líder, vitoreado por la multitud oprimida, voceando su emotivo discurso, defendiendo mis derechos, calmando mis angustias, alegrándome con promesas incumplidas y construyendo para mi una dignidad a la medida. “-Y que hacen ellos, entonces, sino saciar los apetitos viscerales, te arrancan los ojos, te exprimen como un limón hasta sacarte la última gota de sudor, te aniquilan con diatribas en contra de invisibles enemigos, te enemistan con todos, incluso contigo mismo y al final de todo esto, ya no posees sangre ni moléculas sino metálicos engranajes.” Aplausos, ovación cerrada, el líder no ceja y las emprende contra el más minúsculo tornillo de la ya carcomida estructura, cuestiona empresas, exige explicaciones, descubre intrincadas maquinaciones y según él, los organizadores y difamadores, a pesar de todo, duermen tranquilos en sus opulentos lechos. Y la pasta de dientes que cada vez trae más publicidad y menos contenido y mi arrendadora que regresa para hostigarme, cada día menos cabello en mi cabeza y mi jefe, imperialista contumaz, vendedor de ilusiones, mercenario, políglota y polígamo, veraneante sempiterno aún en la temporada invernal, very important person in my country y personaje repudiable para los medios de comunicación. Por lo tanto, para sustraerme, enchufo mi televisor en colores pagado en miles de letras y el noticiero muestra mucha injusticia, locura desatada, banalidad a manos llenas. Desenchufo el televisor y sin miramientos de ninguna especie, meto mis dedos en los implacables doscientos veinte…
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