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El lanzador de cuchillos


Habráse visto la pasión con la que aquella singular pareja se miraba... y con la tensión con la que todos los miraban. Ella, de unos veintiséis, vestida con un traje para bailar tango, adornado con cientas de lentejuelas... Ojos azules grandes como el mismo mar, cabello castaño corto y lacio, adornado por una elegante libélula de brillantes. Labios carnosos, pintados con un brillo, haciendo que sus perlas opacaran la luz del lugar. Cuello largo, digno de un cisne, cuerpo delgado y delicado como la porcelana, ligero bronceado de una caminata por Montecarlo en la tarde. Él, moreno de ojos color café, nariz irregular y un poco más alto que ella, aspecto italiano con el aire de un hombre de mundo. Cuarenta años en el cuerpo cubierto con ropa de aparente marca y relojes de lujo Rolex con doble “x”. Ella apoyada en una pared, él delante de ella, a más de cinco metros.

Tango sonando, gente esperando, telón abriendo, luces destacando la belleza de aquella joven y él, preparando el espectáculo.

- “Hazlo de una vez”.- dijo ella, lanzando esas palabras a modo de pensamientos.

Él tomó su primer cuchillo, lo tomó por la empuñadura y lo lanzó. Se enterró al lado del rostro de la belleza. Ella lanzó una cortada exhalación.

- “Más”- volvió a pensar ella.

- “Esta vez no me mires, amor.”- contestó él.- “Sabes que me pones nervioso.”

- “Entonces miraré al hombre de la primera fila. Parece tener dinero.”

Él otro lanzó otro cuchillo y ella le sonrió.

- “Ni lo pienses.”- dijo él.

- “Me encanta verte celoso, mi Otelo”.

Él lanzó otro cuchillo.

- “Sé que me engañas con quien te pongas adelante”.

- “No te debo nada, amor. No somos pareja; sólo compañeros de trabajo.”

- “Eres una perra.”- pensó el lanzador de cuchillos, lanzando otro a su vez. La otra lanzó otra exhalación entrecortada. Se incrustó justo debajo de su axila en la tabla.

- “Más”- pensó ella y él le obedeció. El cuchillo se clavó arriba de su cabeza.

-“Sabes que te amo... ¿Por qué me haces esto?”

- “Porque sabes que soy muy joven para ti. Me ves más como una hija que como amante.”

- “No es cierto”.- respondió él, con otro cuchillo. Este se clavó entre el dedo anular y meñique de su mano derecha.

El otro se secó el sudor con un pañuelo y el público comenzó a aplaudir. El lanzador de cuchillos tomó su daga, un poco más pesada que sus anteriores armas. Cerró sus ojos y la vio... recostada sobre esa pared... coqueteando con el público, con esa mirada de female fatale infalible. Lanzó la daga y ella lo miró. La daga se clavó... en su garganta. Ella lo miró y la sangre comenzó a fluir, ella lanzando gritos ahogados en su propia escencia. Él negó con la cabeza.

- No... ¡Lucille!

Ella se dejó caer y él la sostuvo entre sus brazos.

- Lucille...- susurró él. Ella lo miraba y de pronto, el brillo desapareció entre sus ojos.- Lucille.- repitió él.- Dios mío... qué he hecho.

El público choqueado y escandalizado, miraba el espectáculo. El lanzador de cuchillos, desesperado y a la vez, impotente... Pero su corazón ya sabía qué hacer... tras pensarlo un par de segundos, sin vacilar arrancó el cuchillo del cuello de su modelo, besó sus labios y se lo clavó en el abdomen. La sangre comenzó a brotar de su herida y de su boca. Un dolor gigantesco... la daga de veinte centímetros clavada hasta la empuñadura.

Cuando volvió en sí, el lanzador de cuchillo, vio a su hermosa modelo, aún recostada contra la pared.

- “¿Qué pasa”- preguntó ella.

Él vio la daga en su mano y la lanzó al suelo. El público, estupefacto miró al lanzador de cuchillos acercándose a su doncella y éste la besó y la abrazó. Ella se separó de la pared y lo estrechó contra sí. Él cerró sus ojos.

- "Gracias al cielo... era sólo una pesadilla"- pensó él.- "Dios mío, que susto pasé..."

Abrió de nuevo sus ojos y sintió un frío atroz y las luces del escenario estaban encendidas... la magia del espectáculo se había apagado, pero el tango seguía sonando y se dio cuenta de que se encontraba tendido en el suelo, con unos hombres extraños rodeándolo. Miró su mano empapada en sangre y la empuñadura en su abdomen.

- No...- dijo él.

- ¿Señor? ¿Me escucha señor? Manténgase despierto, señor... No se preocupe, soy médico...- dijo un joven que estaba sobre él, con un estetoscopio.

Alzó su mirada y vio el pálido rostro de lucille, mirando al techo, inerte. sangrando.

- ¡No!..... ¡Lucille!... ¡Lucille!- decía él, pero el dolor apenas le permitía hablar.- No... Dios mío...

Él volvió a cerrar los ojos y se encontró besando a su joven amante, con la daga clavada en el suelo con la empuñadura aún agitándose y la gente aplaudiendo... El expectáculo había terminado junto con el triste tango... callando el llanto de un viejo disco de Gardel.

Texto agregado el 18-09-2006, y leído por 559 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-05-2009 uff...quede muy atonito, en muy bueno palmiro
29-09-2006 Maravilloso cuento, lo he disfrutado párrafo a párrafo.***** FENIXABSOLUTO
18-09-2006 Me ha gustado leerte. He estado en el lugar viendo el espectáculo surrealista que se mueve entre la vigilia y el sueño. 5* zepol
 
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