La lluvia, ya se sabe, está loca de atar. Ayer nomás entró en el cuarto del intendente y su señora, y aseguran que desde entonces tiene sueños mojados. La lluvia, subversiva, ha empantanado también la sacristía de la parroquia, y humedecido las fotos de mi tío, que para todos son sagradas. La lluvia está loca, ya nadie lo niega. Empieza como quien no quiere la cosa, ni fu ni fa. Y de pronto se desboca, se transforma, muta y rompe todas las convenciones, también el tratado de ginebra, los derechos humanos, urbanos. Algunas veces pienso que desde aquella inundación del manicomio, algo debe estar pasándole a la lluvia. Algo habrá aprendido, porque cada vez llora mejor: ha aprendido a llorar para que a otros les duela. La lluvia está loca, y el único manicomio que le queda, a esta altura, es la acequia. Dios bendiga las acequias. |