El Estreno.
Cuando Antonio Valdéz atravesó la puerta del lugar, recordó las clases de historia de bachillerato, sobre todo el capítulo de su libro que hablaba de como se expandió el Islám ayudado por las promesas de un cielo lleno de mujeres hermosas a quienes murieran en la fe de Alá. Le pareció haber llegado a ese mismo cielo, y no era para menos. Hermosas jovencitas se paseaban en todas direcciones, vestidas coquetamente con telas semitransparentes y ajustadas que permitían apreciar toda la esplendidez de sus jóvenes y gráciles cuerpos.
-Vaya vaya, un nuevo cliente, le dijo una mujer de mediana edad que por su aspecto y vestimenta parecía ser la dueña o la administradora del lugar. -Y dime buenmozo, ¿ quién te trajo aquí ?
-Yo lo traje, y quiero que me busques la más nueva y la más hermosa de las muchachitas esas que te llegaron la semana pasada…Me han dicho que son unas diablas a caballo.
Quien así hablaba era Don Juan Antonio Valdéz, padre de Antonio y el principal cliente del lugar. Gracias a su condición de legislador y a sus influencias, Don Juan había evitado el cierre de “La Casa” en varias ocasiones. Cada vez que alguna autoridad del Departamento de Protección a Menores o la misma Fiscalía General se había presentado atendiendo denuncias sobre la supuesta corrupción de niñas y adolescentes, la larga mano de este jerarca de provincia había movido los hilos del poder, evitando así el cierre del negocio, que por cierto representaba para él unos buenos miles de pesos adicionales al final de cada mes, por concepto de su “ayuda”. No era de extrañar que Don Juan fuera tratado a cuerpo de rey cada vez que giraba una visita.
-¿ No me diga que esta hermosura de muchacho es hijo suyo ?, preguntó la mujer, conocida por todos como La Doña .
-Así es, y lo traje para que se estrene en grande, como debe ser, respondió Don Juan, ya entretenido con una hermosa mulata de piel canela, a la que le acariciaba las nalgas.
-Déjeme eso a mi. Si el problema es ordeñar a su becerrito, ese problema se acabó, jajajaja. La respuesta y la risotada de La Doña, tabaco en mano y con la cara pintarrajeada de vivos colores, provocaron la hilaridad de todos alrededor. Don Juan hizo una seña a su hijo para que la acompañara, y siguió con los juegos de placer que le prodigaba la acanelada mulata.
Antonio recién cumplía los dieciocho años, por lo que ya era hora, según su padre, de que conociera a las mujeres y los placeres que ellas ocultan. En “La Casa” las había de todos los gustos: Altas y bajitas, blancas y mulatas y negras, con pelo lacio y con pelo crespo, gorditas y flaquitas, de rasgos aguileños y de rostros africanos, tímidas y atrevidas. El repertorio era sencillamente extraordinario. Fue llevado a un cuarto localizado en la segunda planta. Allí esperaban cuatro beldades de diferentes edades, entre los dieciséis y los veinticinco años de edad.
–El hijo de Don Juan merece la crema de la crema, le dijo La Doña. –Elige la que más te guste y no te preocupes por las horas o el dinero, esta noche La Casa invita.
Antonio se quedó atónito, observando las bellezas que el destino le regalaba y que no cesaban de sonreir y contonear sus cuerpos, esperando ser elegidas. Las estudió una a una, atentamente. Después de unos minutos tomó su decisión. –Me gusta esa, dijo.
–Bien, respondió La Doña. –Veo que tienes buen gusto. Es de las nuevas, su nombre es Rebeca pero la puedes llamar “el calimete”, los que la conocen dicen que es estrechita, así que te va a gustar, agregó, y se marchó llevándose consigo a las otras muchachas.
Para Antonio, las palabras de La Doña le parecieron una indiscreción. ¿ Por qué no permite que sea yo mismo quien determine si en verdad esta mujer resulta ser una buena elección?, ¿ A quién le importa el apodo rastrero de “el calimete” ? ¿ Y si yo le dijera que me estoy cagando del miedo, que esta seguridad que exhibo en mis palabras y mis acciones no son más que una máscara ? Todas estas preguntas, y otras más, pasaron por su cabeza . Y en verdad estaba nervioso. Ni siquiera quería ir cuando su padre le dijo dos días atrás que no hiciera planes para el sábado, que lo llevaría a la mejor y más exclusiva casa de citas de la ciudad. Pero…¿ Cómo podía negarse a semejante invitación ? ¿ Cómo decirle que no a su padre ? Eso era lo que deseaba, declinar la invitación, pero entonces pensaba: -¿ Para qué ?, ¿ para qué piense que soy un maricón y se pase toda la semana enrostrándome en la cara que soy una mujercita, que le temo a las mujeres ? Además, y eso estaba claro para él, su padre necesitaba desesperadamente demostrar que su segundo hijo varón no era “raro” como Julio, el sobrino de 20 años hijo de su hermana Isabel, que le confesó a su madre que era homosexual, hundiéndola en una depresión que le duró 3 meses y granjeándose el odio de casi todos en la familia, sobre todo el de su propio padre y, como no, de su inquisitivo tío el flamante legislador, el Senador, el megamacho de Santiago. –“A ese maldito pájaro le pego un tiro si lo veo por aquí hablando con alguno de mis tres hijos”. Esas palabras las dijo su padre, delante de él y sus hermanos, cuando se enteró de la “desgracia vestida en ropas de desverguenza” ( así definió el asunto ) que acababa de tocar las puertas de la casa de su hermana.
Antonio también sabía que de todos modos su padre tenía sospechas de él. Aún sin la revelación de su primo, era cuestión de tiempo para que su “hombría” fuera puesta a prueba. Y es que desde pequeño vivió bajo el constante escrutinio de su padre. ¿ Qué si ya tienes novia ? ¿ Qué si ya te estrenaste ? ¿ Qué para que leer tantos libros ? ¿ Qué para que la pendejada esa de querer ver la orquesta sinfónica ? ¿ Qué por qué escuchaba tanta música aburrida, sobre todo la del tal Bestoben, seguramente una mierda porque el pendejo ese dizque era sordo ? Todos esos comentarios, hirientes y ofensivos, eran de la autoría de su padre, preocupado por los “extraños” gustos de su hijo.
La muchacha elegida por Antonio era una oda a la perfección de la mujer caribeña. Mulata, alta y de pelo negro ondulado que como cascada caía en la base de sus anchos hombros. Ojos negros y un par de labios finos y alargados. Cuerpo esbelto, cincelado por la mano diestra del mejor discípulo de Fidias. Caderas curvas y senos proporcionados a la justa medida de su pecho tostado. Un manjar.
- Creo que estás nervioso, ¿ quieres que te ayude a quitarte la ropa ?, le preguntó la muchacha. Antonio asintió con la cabeza y poco a poco fue despojado de sus ropas hasta quedar completamente desnudo. Ella también se deshizo de su muy escasa vestimenta y llevó a Antonio a la cama. Antes de que el sexo se iniciara, Antonio meditó si estaba preparado. -Esta no es Vivian, la compañera de universidad con la que me acosté hace 4 meses, pensó. Antonio ya había tenido su primera experiencia sexual, pero no le dijo nada a su padre. Después de todo, él sabía que no era homosexual y con eso bastaba. No sentía la necesidad de demostrarle nada a nadie. Además, las formas bárbaras y toscas de su padre siempre lo distanciaron de su progenitor. Antonio siempre quiso que su primera vez sucediera así, de la nada, sin buscarlo. Deseaba que su inicio en el sexo compartido discurriera normalmente, sin apuros, sin las ansias y el estrés que producen querer llevar a la cama a una chica para demostrar que se es un hombre. Así había sido. Vivian era una muchacha educada, inteligente, de “buena familia” y en extremo liberal y coqueta, que había conocido en el primer cuatrimestre de la universidad y con la cual salió varias veces antes de sostener relaciones sexuales. Se acostaron un par de veces y después todo terminó. Sin reproches, sin reclamos, sin pleitos. Para Vivian, Antonio había sido una experiencia más ( y él lo supo desde un principio ). Para Antonio, Vivian había sido el deseo cumplido en persona, sin amor, sin contratiempos, sin sentimientos de culpa. -Esta muchacha, “el calimete”, era diferente, pensó él. Para ella el sexo era un negocio, el trabajo para vivir, lo que le daba el dinero para pagar sus deudas y compromisos. Acostumbrada a tener relaciones varias veces a la semana, acostarse con un hombre seguramente representaba para ella una rutina.
Antonio se acercó a la muchacha. Le acarició el pelo, los labios, las mejillas y los contornos de sus senos respingados. Le llamaron la atención sus pezones, marrones, duros, paraditos. Amablemente, como quien no quiere dañar los pétalos de una rosa, se le subió encima. Bastaron 4 minutos para que todo terminara.
-Estabas nervioso, acabaste muy rápido, le dijo ella. –Si quieres lo repetimos. La segunda ronda inició y en esa oportunidad Antonio fue más paciente. Y todo fue diferente. En el sube y baja del momento, Antonio conoció el olor de ese cuerpo mulato, y le gustó. Conoció la sonrisa de mujer más hermosa, y le gustó. Acarició la suavidad femenina de esos pechos erguidos, y le gustó. Se vació sumergido en un profundo mar de deseos y lujuria, y le gustó.
Al terminar, Antonio se apartó de ella y se colocó de espaldas. Tiempo después la muchacha le preguntó si quería hacerlo de nuevo, dijo que no.
Antonio se vistió. -Antes de irme quisiera conversar un poco contigo, le dijo a la muchacha. -¿ Y de qué quieres hablar ?, le respondió ella. –No se, de cualquier cosa.
La conversación inició y con el paso de los minutos él se convenció de que la muchacha era una buena persona, un poco deslenguada quizás, ya que hablaba sin tapujos. –Después que uno se acuesta con el tercer o cuarto hombre la vergüenza se pierde, afirmó ella en una ocasión. Hablaron de todo, de como y cuando se inicio en la prostitución, de la miseria en la que vivía junto a su madre en las lomas que resguardan a Jánico, su pueblo natal. Hablaron del primo del que se enamoró y a quien se entregó completamente, sólo para verlo casarse con una novia que tenía en Sábana Iglesia y de la que nadie sabía absolutamente nada, y, claro está, hablaron de la tarde calurosa y gris en la que ella conoció a “La Doña”, quien la convenció de las bondades de “La Casa”. – Trabajas sólo unos cuantos años y después te retiras a vivir con tus ahorros, que de seguro te darán para comprar una buena casa. Eso si no es que te levantas a uno de los hijos de los ricos de Santiago, como de hecho ha sucedido, le dijo “La Doña”, entre otras cosas, el día que la “reclutó”. Antonio escuchaba pacientemente cada una de las palabras que conformaban el relato triste y verdadero de esa hermosa muchacha. Le pareció la mujer más honesta que había conocido y por minutos se quedaba petrificado, embriagado por la belleza sincrética que tenía frente a él.
-Es la una y media, seguro que ya papá terminó con lo suyo. Me voy, pero te aseguro que nos vamos a volver a ver, dijo Antonio mirando su reloj. Antes de irse se acercó a la muchacha y le plantó un suave beso en los labios. Justo en ese momento cayó en cuenta que había eyaculado dos veces y que ni siquiera la había besado. Quizás por asco, quizás por precaución, quizás por ambas cosas a la vez, evitó besarla cuando la penetraba una y otra vez, cuando se hundía en su maravilloso y de verdad angosto sexo, y se sintió mal por ello. La reacción de ella no pudo ser más desconcertante para él: Sencillamente rio. –Cuando quieras nos vemos, ya sabes donde estoy y supongo que de ahora en adelante podrás venir cuantas veces quieras, le dijo ella con una leve pero pícara sonrisa en los labios.
Quince minutos después, ya en el automóvil, Antonio pensaba frecuentemente en la muchacha. De hecho, no podía apartarla de sus pensamientos.
–Veo que eres todo un hombre, no sabes lo orgulloso que me has hecho, le dijo su padre, que iba junto a él en el asiento trasero. –Esta familia no soportaría otro pájaro, con el mariconazaso de tu primo es suficiente. Antonio se quedó callado.
-¿ Pero dime, qué tal estuvo? –Anda, cuéntame algo. Le dijo. -Estuvo muy bien, de hecho pienso volver a verla, respondió.
-Jajaja, oiste Germán, al muchacho le gustó la vaina esta, le dijo su padre al chofer del vehículo. –Quien lo iba a decir, y yo que tenía miedo de que me saliera torcido, con tantas pendejadas que le gusta leer y oyendo todo el día la musiquita esa del tal Bestoben. Jejeje, la vida si da sorpresas coño!!
Antonio miró a su padre con una mezcla de ira y desprecio. No podía creer que fuera tan destemplado y desconsiderado al hablar. Cayendo en cuenta de que se había extralimitado, Don Juan Antonio Valdéz trató de explicarse ante su hijo. –Ah!, vamos hijo no te incomodes, lo que pasa es que hombres como tu abuelo y yo no creemos en todas esas chulerías de gente refinada. Nosotros somos hombres de mujeres y trabajo, lo demás sobra. –Y dime, cómo es eso de que piensas volver a verla.
-Así es, esa muchacha me cayó muy bien. Quiero volver a verla.
-¿ Te cayó bien o te gustó ?.
-Creo que ambas cosas, no estoy seguro. Sólo se que quiero volver a verla.
Don Juan Antonio Valdéz se acomodó en el asiento, sacó uno de sus puros y lo encendió. –Oye lo que te voy a decir, maldito pendejo. No sabes el peso que me has quitado de encima ahora que se que no eres un mariconcito, pero de ahí a que te enamores de una prostituta, de un cuero, ya eso es otra cosa. Si quieres tirártela cien veces, perfecto, cien veces yo te doy el dinero. Pero si pretendes dizque “visitarla”, como si se tratara de una muchachita de su casa, nada de eso. Los cueros son eso, cueros. Son buenas para una sola cosa: Para singar. Métete esa vaina en la cabeza esa que tienes, ¿ entendido ?
Antonio no emitió palabra alguna.
-¿ Que si me entendiste, coñazo!! ?, vociferó.
-Si papá, te entendí perfectamente, respondió Antonio visiblemente disgustado.
-Bien!!, pero para curarnos en salud, de ahora en adelante, cuando quieras echar tu polvito, me lo dices, que yo te llevo a otras casas de cita tan buenas como la de “La Doña”.
Antonio permaneció mudo. Nunca en su vida había sentido tanto odio, tanto resentimiento, tanta amargura, como esa noche. –La verdad es que este papá que yo tengo es una maldición. Debí quedarme en casa, pensó.
Mientras el vehículo transitaba por el polvoriento camino que llevaba a “La Casa”, Antonio meditaba cada una de las palabras que acababa de escuchar. –Rebeca, lindo nombre, nunca se lo dije, musitó cabizbajo. Al tiempo que Don Juan Antonio Valdés inundaba el interior del auto con el humo espeso de su tabaco de buena marca, su hijo recordaba cada detalle del cuerpo de aquella muchacha, y pensaba en la enorme brecha que a partir de ese momento lo separaría aún más de su padre, quizás definitivamente.
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