Llegó la noche, entró a su habitación. Sentada en la cama, sus ojos comenzaron a reflejar en las lágrimas lo que había a su alrededor: vacío. Más y más recuerdos invadieron sus pensamientos, su memoria, su cuerpo. Cerró los ojos y, las lágrimas cayeron incontenibles por entre sus mejillas. Lloró amargamente durante largos minutos, en soledad.
¿Qué era lo que sucedía en su interior? ¿Era tan importante para que desperdiciara sus lágrimas? El vaso que contenía su angustia, estalló en mil pedazos, ahogando su calma en la profundidad.
Mil recuerdos brillaron en la oscuridad. Lo sucedido en el día parecía perder importancia ante los acontecimientos que en ese instante recordaba haber transcurrido en su vida. La pérdida y el encuentro en momentos inesperados. La muerte y el renacimiento de la fe en horas decisivas. Las caricias largamente esperadas, y esas manos que nunca rozaron su piel. Las personas que amó y fueron capaces de abrazarla sin decir nada, descubriendo detras de su sonrisa heroica, las ganas de llorar...
Una nueva sensación inmutable ante el dolor. El temblor comenzó en las piernas. Un escalofrío lo transmitió a sus manos. La angustia se transmutó en temor. La habitación cada vez más oscura, más pequeña...
Una lágrima de cristal, una lágrima de mujer, una última lágrima fue la que conmovió al silencio, la que iluminó la oscuridad. Una lágrima de mujer le dio sentido a las palabras, colores nuevos al arcoiris, sonidos a la música y letras a los poetas.
Una lágrima de cristal, una lágrima de mujer, tan sólo eso, y cuánto más... |