Me senté a escribir. Escribí para él, no sobre su tumba sino sobre el papel. Me dejé fluir, lloré nuevamente lágrimas que había decidido no llorar más. Y así, sin más preámbulos, palpé mi sentir y fui evaluado.
Fueron cinco estrellas. Y sobre cada una había pasado la mirada de un lector que, talvez conmovido, decidió dejar anexa su opinión.
Nadie puede darme cinco estrella por compartir un dolor que considero tan individual, no es que no las aprecie, pero no las esperaba. ¿Cómo pueden evaluar la intensidad de un dolor que talvez aún no hayan vivido? Y sí así fue ¿Lo experimentaron como yo? ¿Lo acompañaron paso a paso a la muerte? ¿Renunciaron a sus labios para poner sobre su frente paños que ayudaran a extinguir la llama de su vida?
Me duele recordar que así fue, me duele saber que sus últimas palabras fueron un "para siempre", un para siempre que sigo esperando que llegue, esperando paciente, sentado frente a una computadora, escribiendo palabras que a veces me parecen tontas y otras más, estúpidas.

¡Cómo me duele haberte perdido! Sigo sin encontrar en mis letras un consuelo, porque por más que lo intento en cualquier fragmento te encuentro...
Y ahora lo notan, cualquiera lo haría, de ser la tercera persona en mi texto se volvió la segunda. Jamás la primera. Sólo mi dolor está antes que mi amor. Él murió amandome y yo viviré llorandole algunas veces lágrimas y otras más sangre.