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AVISO FÚNEBRE


Esa mañana, Leopoldo leía el diario mientras tomaba el desayuno en la cama. Se detenía en algunas noticias internacionales, para después saltear las novedades, siempre previsibles, de la política local. Buscaba las notas editoriales para demorarse con alguna lectura más interesante que terminaría por despabilarlo.
Mientras concluía con el desayuno, miró fugazmente la página de los avisos fúnebres. Nunca había sentido la necesidad de detenerse en ellos, hasta el punto que más de una vez había pasado por alto el fallecimiento de algún conocido, pariente, o amigo cercano. Esta vez no impresionaba diferente, pero al recorrer con la vista a vuelo de pájaro la multitud de letras en negrita de los nombres de los fallecidos en la víspera, tuvo una sensación de rara sujeción, como si algo que siempre andaba rondando, finalmente estuviera por atarle. Sintió la urgencia por cambiar de página, pero al mismo tiempo no lograba despegarse de los avisos. Era como si tuviera que cumplir con un extraño rito, con una morbosa necesidad pues, al fin de cuentas, aunque no quisiera reconocerlo, parecía estar buscándose a sí mismo. Sí, porque siempre había temido el momento de encontrarse precisamente allí. Y de pronto, un estremecimiento lo recorrió desde la nuca hasta los pies, dejándole en la piel una helada conmoción. Había fijado la mirada en la cuarta columna de la derecha, y bajando hasta la quinta hilera de avisos... aparecía escrito su nombre en las consabidas letras de molde, seguido de las esperables frases mortuorias. Saltó con la vista hacia abajo, luego subió, y después volvió al aviso que lo atraía como un imán. Solitario, no daba mayores detalles del desenlace fatal, ocurrido el día... y Leopoldo comenzó a pensar en qué día vivía. "Claro, tiene que haber sido ayer", meditó con lógica, "ya que éste es el diario de hoy...¿o no lo es?" La duda de estar hojeando el diario del día siguiente lo espantó. Estrujó angustiado las enormes páginas del matutino hasta encontrar la fecha: Era la del día posterior al aviso fúnebre. "Sí, el diario es el de hoy", estableció, ya que recordaba la fecha de la víspera por haber realizado un depósito en el banco. Quería aferrarse a esos pequeños detalles que le permitirían volver a afirmarse en la realidad. "Y ayer...¿qué sucedió para que se justificara esto? Comenzó entonces a recordar los acontecimientos del día anterior, como si el hecho de haber aparecido en ese aviso no tuviera más significación que la de un evento cualquiera ocurrido ese día. No recordaba para nada en qué había estado ocupado entre las cuatro y las seis de la tarde, y hurgó en la memoria, intentando vanamente llenar ese vacío con imágenes que le devolvieran esas horas.
De pronto, pareció volver en sí: "Definitivamente", recapacitó de súbito, "si hubiera sucedido como dice el aviso, no estaría aquí leyendo mi propia nota necrológica". Y ya la descartaba, convencido. "Debe tratarse de algún homónimo, que nada tiene que ver conmigo..." Pero una extraña sensación seguía flotando entre él y esa infausta comunicación. Había algo que no terminaba de cerrar, y que le impedía volver la página de una vez por todas. Decidido, volvió a clavar la vista en el aviso y lo leyó íntegramente. Su mujer y sus hijos lamentaban su prematuro deceso, e invitaban a acompañar los restos a tal hora en el cementerio de la... "No cabe duda, son ellos", se dijo, ya más angustiado que sorprendido. La validez de la noticia parecía indudable; lo que no quedaba nada claro era el hecho de que él siguiera vivo. ¿Seguía vivo?...
Un malestar visceral lo invadió al hacerse esa pregunta, a pesar de que se la planteó de una manera tangencial, como de soslayo. "Entonces...¿estaré muerto tal cual figura aquí, o será una broma de mal gusto de algún amigo contrariado?" Esto último no terminaba de convencerlo, y debió enfrentar obligadamente la primera opción como una posibilidad cabalmente cierta, cuando era invadido por una sensación de desmayo inminente. El cuello comenzó a latirle con violencia, irradiando un dolor pulsátil hacia el centro mismo de su cerebro, que fue perdiendo progresivamente los sentidos habituales. Corrió hacia un costado la bandeja del desayuno y arrojo el diario al suelo. Se reclinó hacia atrás y apoyó blandamente la cabeza en la enorme almohada. Cerró los ojos y se dejó llevar por ese ritmo de la respiración, que abandonaba la carrera de las pulsaciones para ir entrando de a poco, en otra cadencia, más pausada, más lenta, más pausada...
Cuando su mujer ingresó al dormitorio, lo vio descansando y retiró la bandeja con delicadeza, para luego recoger el diario con un leve crujido. Al rato volvió y quiso despertarlo, pero no pudo hacerlo. Leopoldo había fallecido.
Luego de los obligados acontecimientos que ocurren en una casa motivados por una defunción inesperada, y tomando una enorme taza de café en la mesa de la cocina, ella abrió el diario y pasando página tras página, llegó hasta los avisos fúnebres. "Pensar que mañana Leopoldo va a figurar aquí", cavilaba con tristeza. "¡Qué dolor saber que un ser querido, indefectiblemente, aparecerá en esta sección en fecha cierta". Y seguía meditando: "Y aquí, hoy, son todos desconocidos. Todas estas personas habrán dejado deudos entristecidos, en aquellas casas donde se vivió ayer lo que estamos nosotros pasando hoy. Y donde hoy están viviendo lo que nos tocará a nosotros atravesar mañana". Suspiraba ella hondamente mientras leía con detención, uno por uno, con raro interés, los nombres de los fallecidos en la víspera. "Todos desconocidos, afortunadamente", y tornó a sonreír con irónica tristeza al pensar en la edición del día siguiente.
Vibró el timbre, o sonó el teléfono, y abandonando la lectura, la mujer de Leopoldo se levantó, dobló en cuatro el diario y lo depositó sobre un anaquel para luego, con lentos pasos, acudir a atender uno de esos usuales, consabidos e inevitables llamados.

Texto agregado el 22-01-2004, y leído por 942 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-06-2008 Me ha cautivado, el suspense , y como la muerte en este caso le tendio la mano a traves de las letras.genial.besote almaguerrera
22-01-2004 Superfluo, profundiza cada palabra con musicalidad inigualable y el inicio será mas atrapante y el final inesperado. Intenta. baudel
22-01-2004 Interesante texto con un final abierto; le he escrito también a la muerte de uno encontrada sobre el diario, saludos AnaCecilia
 
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