Volvió Diego. Por un tiempo se anduvo buscando en las ventiscas y tormentas y en las orillas de las fatalidades y en unos países que ya no me acuerdo. Fue expulsado de sí mismo -hace esta misma eternidad- por unos verbos que no conocía. Creyó escapar de la culpa un millón de veces y un millón de veces pagó la penitencia a gritos. Intentó caminar en espirales para engañar al destino. Fue inútil. Ni el llanto ni el espacio ni las rutas conocidas tuvieron misericordia: a cada momento vivió la misma marásmica aventura.
Por fin se ha encontrado. Se descubrió en la misma gota azul, empapado. Diego sonríe.