La ciudad está suspendida en el reflejo del monitor.
Escribo un poema sobre ella,
en el instante preciso en que una gaviota se caga en mis versos.
Escribir es hacer una llaga en la tierra.
Ahora, por ejemplo, escribo de un hombre que ve televisión
y si escribo eso es justamente porque a mi espalda, tras la ventana del piso
9 de un edificio, hay un hombre que ve televisión.

La escena es la siguiente: (un hombre ve televisión).

Un hombre ve televisión es un verso suficiente para empezar un poema.
Más suficiente aún es el verso si el hombre que ve televisión está tumbado en la cama
viendo un video clip de Shakira
y sobándose el miembro.
Todavía más suficiente es el verso
si en el mismo momento en que el hombre que ve televisión empieza a eyacular
aparece una mujer tras la puerta
y el hombre que ve televisión se avergüenza
y se cubre los genitales con las manos entreabiertas.

La ciudad se ve distinta en el monitor.
Todo lo que vemos se ve más pulcro desde lejos.
La mujer que vi ayer en la micro se veía más rica desde lejos.
Apenas me acerqué pude observar sus arrugas,
sus tetas caídas,
y la totalidad de frustraciones que acumulaba en la cartera.