María Ivanova dejaba transcurrir el tiempo, mirando por las ventanillas de la poderosa nave espacial que la propulsaba a las proximidades de Júpiter. Un largo viaje de 11 años en el cual orillaría la superficie gaseosa del gran planeta y sus principales satélites Europa, Ganímedes y Calixto. La cosmonauta esperaba coronar su sueño dentro de las siguientes dos décadas, luego de las cuales se retiraría a descansar en su pequeña casita de una aldea rusa. Su rutina diaria consistía en contemplar las horrorosas profundidades del universo, tras las cuales sabía que se guardaban miles de secretos. Más tarde –lo que parecía una inconsecuencia, ya que el tiempo no parecía transcurrir en esa oquedad de sombras y puntos luminosos-, se conectaba a la máquina de mantención de tejidos para mantener su organismo en forma y sortear las agresiones del sistema antigravitatorio. Entretanto, recurría al sueño inducido, el que tenía la hermosa particularidad de brindarle imágenes de su vida. Algunas veces, regresaba a su juventud en la campiña soviética, cuando era una robusta y bella muchacha de negros cabellos y verde mirar. Siempre aparecía en sus sueños el trasgresor Igor, alto, espigado, de mirar profundo, ademanes agresivos y palabrería romanticona para hacer aún más exótico el conjunto. Fue su primer amante, su primer esposo y el último con quien mantuvo relaciones de pareja. Cuando a ella se le diagnosticó su esterilidad, el hombre simplemente la abandonó y Maria Ivanova, triste y desolada, quiso huir de esta tierra y entre rebanarse las venas o ingresar al programa de vuelos espaciales, eligió esto último. Viajaría durante muchos años en la gran nave, en esa especie de muerte asistida que se parecía demasiado a eso repentinos actos de fe con que algunos seres se desvinculan de todo lo terrenal para entregarse por completo a la oración. La pantalla de televisión le traía las imágenes del comandante Karpov, quien analizaba las cifras, la informaba de los sucesos planetarios y le entregaba las órdenes del día. Lo que no era mucho: sólo comprobar el rumbo de la nave y revisar el sistema de averías. Dos meses llevaba viajando y diez años debió bregar para ser elegida como la piloto. Otras desistieron a última hora, la mayoría no cumplía con los requisitos y poco a poco fue escalando posiciones hasta lograr su nominación. Sabía que el precio era alto: A sus cuarenta y tantos años, regresaría a su campiña convertida en una mujer madura, resignada a la vida simple y bucólica, esperando ¿Qué?
Aquel sueño la transportó a los almíbares de un lecho entibiado por un hombre que supuso sería Igor. Se sintió amada, vulnerada por la mano sutil de ese que parecía conocer sus más íntimos secretos. Sintió su perfume, el roce de su piel, sus caricias. No, no era Igor, no podía ser él… Cuando abrió sus ojos, el universo los cerró para ella.
Muchos años después, en su aldea natal, María Ivanova, se detuvo un instante para mirar las estrellas. Su hijo Gregori, salió a su encuentro para abrazarla con efusividad. En realidad el muchacho era demasiado parecido a su padre, el dulce Karpov.
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