¡Atrévete! , Susurra una vocecita en mi cabeza.
Hoy le haré caso , pienso.
Abro la caja de costura de mi madre y saco las tijeras más grandes y afiladas que encuentro. Cojo también unas hojas de periódico de tiradas antiguas.
Me encierro en el cuarto de baño. Enciendo las luces del lavabo para verme mejor.
Empieza el ritual. Algo que nunca antes había hecho. Me lo pienso dos veces antes de ejecutar el primer movimiento.
Me miro al espejo.
Empiezo a cortarme. Doy repetidos golpes secos sobre mí misma. Empieza a caer a borbotones sobre el papel arrugado que previamente había colocado. Mientras desciende por mi cuerpo, me miro repetidas veces para comprobar mi aspecto. Estoy pálida.
No sé si quiero continuar pero ahora ya es demasiado tarde, no hay marcha atrás.
No puedo dejar de cortarme porque el “trabajo” aún no ha terminado.
A menudo que avanzo, empieza a doler. No físicamente porque lo considero una liberación, pero sí al creer que pierdo algo (que aún no estoy muy segura de qué se trata) en cada tajo.
Sin embargo, una vez casi he terminado, ya ni siquiera duele de esa forma. Me siento abatida y deleita al mismo tiempo. El sufrimiento se ha desvanecido.
El resulta podría considerarse decepcionante, porque los rebordes están desdibujados y mal perfilados, pero el placer de hacerlo por mí misma me sosiega un poco.
De repente, me siento despojada, desnuda. He perdido mucho.
Me miro al espejo y el reflejo me devuelve la imagen de una chica horrenda.
Esa parte de mi cuerpo mutilada me produce repulsión.
Ya no hay marcha atrás.
He conseguido lo que deseaba.
Atreverme y arriesgarme. Las consecuencias pueden variar. Pero nunca dirás que no lo has intentado.
Me conformo. Me gusta. Para ser la primera vez, no está mal.
Hoy estreno nuevo look.
Miles de cabellos yacen en el lavabo. Lacios. Sin vida…
Mi pelo ahora es corto, muy corto. Me miro, me lo revuelvo, salto, sonrío…
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