Lo primero que le quiero decir a los muchos que escriben, es que abandonen ese tonto ego que esconden tras sus miradas inteligentes. Cierren toda esa superioridad insulsa que a veces se les hace en el tono de la voz. Parecen decir la verdad, y los demás hacen aprobaciones que dan pié a que sigan las frases lindas y las grandes conclusiones, pero la verdad es que ellos mismos saben que mienten más que cualquiera, pero así son felices, y es algo que por más que se busque corregir nunca va a cambiar.

Por no decir de nuevo que quiero gritarle a los solitarios escritores en la cara, es que mejor aconsejo que me escuchen con atención. No rebajen la producción de literatura por más que los grandes pulpos de la industria editorial no apoyen a nadie o por más que todas las adversidades como el hambre, la sed, el dolor y la tristeza lleguen a su alcance. Lo mejor que pueden hacer para demostrar el amor que tienen por la imaginación, es seguir escribiendo hasta que les sangren los dedos, no parar la actividad creativa por más que se necesite de otra clase de escapes. El asunto es que la obra en sí misma debe ser un reflejo, o tal vez una consecuencia miserable, de las condiciones de vida que conllevaron a la ensoñación escrita en un verso, un párrafo, una novela. Todo el proceso de recopilar de manera simple o poética las imaginaciones o voces que se escuchan, necesita del agrado de quien las produce, y, como origen natural de todo esto, el espíritu del escritor está plagado de felicidad.

Lo último que puedo decir para quienes se avalanchan en las letras como única salida a la represiva realidad, es que sigan en su interminable lucha por ser libres a través de los papeles y las tintas. No digan a nadie que jamás valió la pena creer en la palabra y, que como gran consecuencia nefasta de esto, andan condenados a no poder dejar de leer e imaginar, de hablar ebrio o de cantar en la locura del alba.

Escritores. No abandonen la tarea inefable de producir en la imaginación felicidad. No digan a nadie que alguna vez fueron difíciles sus días. Hablen de todo lo bueno que les dio el sentido y la poética. Habran siempre ojos esperando las frases que alguien pensó nunca serían escuchadas.