Caía la lluvia ya en la tarde, y todavía nadie se había dado cuenta de lo que estaba pasando. Un viejo de barbas blancas, cabellos grises gastados por el sol y de ojos inocentes, estaba viviendo en la plaza, ya dos días. Vestía una túnica negra, la cual dejaba ver la piel pegada a las costillas, y no llevaba ningún calzado. Los surcos en su rostro servían para decir que llevaba años en este mundo, y su barba confesaba, que a nadie le interesaba este viejo de manos fuertes.
Al tercer día, luego de haber estado mirando el cielo mientras comía el pasto que arrancaba del suelo, se alzó en sus delgadas piernas, y sin más que esperar, levantó los brazos como dos alas y empezó a danzar.
Como podría esperarse, la gente lo observó con curiosidad, nadie sabia explicar, qué hacía un anciano desconocido bailando bajo la lluvia, mientras los truenos le marcaban el paso, como si al cielo le agradase aquella danza grotescamente armoniosa, desconocida para todos.
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Don Lucas Carpio vivía en Chupa (un pueblo olvidado por las grandes ciudades y por sus fundadores), desde que tenia diez años, nunca más había abandonado aquel pueblo rodeado de cerros y de nubes inclementes, él solo era un hacendado, aunque eso ya era mucho.
Tenia su hacienda a la salida del pueblo. Aún no tenía hijos, y a su mujer la fertilidad empezaba a secársele. Todo el pueblo decía, que era culpa de ella, pero no era así, ella no tenía problemas en quedar embarazada y él era tan fértil cómo un semental, Lo único que les impedía dejar descendencia eran los sueños de él.
El día que vio a aquel viejo bailando en la plaza, corrió hacia la alcaldía, implantada muchos años atrás; parados en la puerta dos guardias mal vestidos y con fusiles ya muy deteriorados, aún no se habían percatado de lo que pasaba, lo miraron con susto y le prohibieron pasar.
¿Qué desea?, preguntó uno de ellos, agarrando firmemente su fusil ya oxidado, mientras la lluvia le empapaba los zapatos.
Con voz diáfana Don Lucas respondió: quiero ver al alcalde para que ponga orden en la plaza. El guardia juntó las cejas en señal de duda y lo dejó pasar acompañándolo hasta el cuarto, en donde un hombre gordo estaba recostado en un sillón tan viejo como él. La puerta estaba entrecerrada, el guardia tocó la madera y dijo: este hombre lo viene a buscar, dice que es para algo importante. El alcalde se levantó e hizo una seña con la mano para que el guardia se marchase, ¿en qué puedo servirlo?, dijo con aires de superioridad pero con un castellano poco fluido.
Sólo vengo a para que se lleven a ese pobre hombre, que esta en medio de la plaza, ya que al parecer a nadie le importa y lo dejan como un loco bailando en plena lluvia.
El alcalde, tuvo un momento de duda acerca de esas palabras, pero al ver el rostro firme de Don Lucas, gritó a sus guardias: ¡cómo es posible que estando la alcaldía tan cerca de aquel viejo, no se hayan dado cuenta de nada carajo!, vayan ahora mismo a traerlo, para meterlo al calabozo por loco. Los guardias bajaron la mirada, y solo asintieron con la cabeza, luego de esto marcharon hacia la plaza.
En la plaza, la gente se había amontonado, mirando con ojos raros a aquel poseído por la felicidad, los guardias poco pudieron hacer para dispersar a la muchedumbre, así sólo les quedó pasar entre ellos para llevarse al anciano, se acercaron a él como dos perros, y le dijeron al oído que se detuviera o de lo contrario se lo llevarían a la fuerza, y de castigo le darían veinte latigazos.
El viejo tenía los ojos cerrados, los brazos abiertos como queriendo volar, sus dedos tan separados unos de otros rasgando el viento, pero a pesar de su peso nadie podía oír sus pasos. No les dio importancia a los guardias, o sería que no los escuchaba, era posible que sólo sea su alma bailando.
Uno de ellos le cogió por el brazo, pero se escurrió sin siquiera cambiar el ritmo de su baile, era tan armónico, con la lluvia que le abrigaba, y los truenos que le servían de música. El otro intentó asestarle un macanazo en la espalda, pero sólo bailando como si ya conociera lo que le estaba pasando lo esquivó. La gente empezaba a preocuparse, pero no tanto como aquellos dos, que nunca pudieron explicarse cómo un hombre tan viejo y con los ojos cerrados, podía evadir aquellos ataques.
Por ahí alguien dijo: esta bailando con el diablo y la sonrisa de su rostro es sólo a causa de que sabe que ya llegó nuestro fin, el diablo va a venir y este hombre esta condenado, por eso ríe se ríe de nosotros.
Había bailado durante dos días y la lluvia aún no paraba de acompañarlo, el pánico empezó a expandirse, junto con éste rumor: “esta condenado y nosotros también”. Las personas no sabían que hacer, algunos empacaban sus pocas pertenencias, y las envolvían en grandes tejidos de lana para luego irse sin hacer mucho alboroto. El alcalde tuvo miedo también, pero más miedo alcanzó luego, al pensar en gobernar un pueblo sin gente, así pensó, en matar a aquel viejo de barbas blancas.
Sus dos hombres estaban listos para recibir la orden, alistaron sus fusiles con la paciencia de un cazador, pero tenían miedo de que los rumores sean ciertos y ellos estarían a punto de tratar de matar a un hijo del diablo. Caminaron a la plaza con el alcalde a la cabeza, el miedo se les escurría por la espalda y bajaba lentamente por sus pantalones. Era de noche y aún seguía lloviendo, los pocos curiosos que aún no se habían ido del pueblo les abrieron paso, hasta llegar justo frente a aquel viejo.
Don Lucas no pudo soportar el cuadro, y antes de que dieran la orden de abrir fuego, él golpeo a uno de los guardias en la cabeza con la fuerza de un toro. Luego el otro que aún quedaba en pie corrió asustado gritando vamos a morir y usted también, el alcalde derrotado, por un solo hombre, saco una vieja pistola, le apuntó a la cabeza y dijo: o me deja matarlo, o muere usted primero Don Lucas, pero no pienso perder más gente del pueblo, sólo por aquel loco. Tenia el rostro asustado ante aquél hombre de espaldas anchas, y brazos fuertes, Don Lucas contestó: ¡me mata a mí entonces!. Pero al acabar de decir esto, el alcalde apunto al viejo y antes de que Don Lucas pudiera reaccionar, el alcalde disparó.
Fue cuando un hombre mojado por la lluvia entraba al pueblo donde todos partían mirándolo con compasión, traía puesto un poncho multicolor descolorido por los viajes, un sombrero de cuero curtido por el sudor y amarrado al cinto llevaba un látigo, parecía que sus únicas pertenencias eran un menudo bulto cubierto en lana y el mulo que lo acompañaba. Su rostro era duro, tenia el aspecto de alguien desgraciado, sus mandíbulas eran grandes y a juzgar fuertes, aunque su cuerpo decía lo contrario, no parecía un errante pero lo era, su nombre: “Adolfo”, y llegaba desde lejos, donde era común ver a la gente bailando días sin comer ni dormir bajo las lluvias más temibles, donde las animas entraban en las casas en los días de eclipses, y se llevaban la comida y el ganado, lugar de tapados coloniales, los cuales ardían como fuego en la noche esperando a que alguien se lleve el oro guardado, así era su pueblo muy lejos de Chupa. Se dirigió directamente a la plaza como sabiendo qué estaba pasando y las únicas palabras que dijo en ese momento que ya casi nadie le prestaba atención fue: busco a Don Lucas Carpio, lo necesito para decirle la verdad de los sueños, decía esto ya que él sabía el secreto que Don Lucas guardaba, y por el que decían que su mujer era infértil.
Don Lucas desde muy pequeño había podido conocer, lo que pasaba en el futuro a través de sus sueños, sabía que para él soñarse con una serpiente era que alguien lo traicionaría, y también sabía que necesitaba soñar con un campo verde para saber que era tiempo de dejar descendencia, pero hasta ese momento Dios no le había mandado la señal, así que tanto él como su mujer se mantenían castos, secreto que nadie del pueblo conocía.
Aun nadie había reconocido a aquel viejo mas que Adolfo, cuando lo vio solo pudo mirarlo con compasión.
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La bala que el alcalde disparó tan certeramente al corazón, se desvió como si se le antojase a la providencia, en ése momento el alcalde cayo de rodillas, mojándose aun más, y dijo lo único que podía decir ¿Cómo puede ser posible?. Pero a pesar de todo y de todos era posible, pasaba frente a los ojos de ellos y del cielo.
Cuando Adolfo vio a Don Lucas, le puso la mano en el hombro y le dijo: cómo puede ser que no lo reconozca amigo mío, acaso no lo viste ayer en tus sueños, acaso no fue a él a quien primero viste en tu vida, o ya te olvidaste de ese hombre. En ese preciso momento Don Lucas recordó, el nombre de aquel viejo, y mirándolo absorto pronuncio: Alejandro.
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Alejandro había vivido en chupa hace unos sesenta años atrás, era el dueño de la hacienda llamada: “calacala”, su padre fue uno de los fundadores del pueblo y él había vivido en chupa, hasta el día en que su ganado se había metido en unos Chulpas, que estaban a las afueras de sus tierras y destruyeron todo lo que encontraron a su paso, al día siguiente Alejandro amaneció con unas aguadijas, en todo en cuerpo que se le reventaban, pegando la piel viva a sus ropas, era un dolor insoportable para él, y los gritos lo eran incluso más para su esposa, estuvo así por dos semanas, hasta que un día un viajero de ojos tristes y mandíbulas fuertes, entraba al pueblo con el mismo sombrero que llevaría hasta su muerte, la noche que llovió fuego en su honor. Su nombre: “Adolfo” quien ahora estaba en la plaza contemplando a su viejo amigo Alejandro. En aquella ocasión se dirigió directamente a la casa de Alejandro, y preguntó por él como si alguien lo hubiera enviado. Nada mas al verlo le dijo: amigo mío, te voy a curar, Alejandro con los ojos bien abiertos le preguntó quién era y él sólo le dijo su nombre. Alejandro llamó a su mujer y le dijo que le dieran un cuarto a aquel extraño, pero antes de que prosiguiera hablando, Adolfo lo calló y le dijo a Doña Eulogia esposa de Alejandro que por favor levanten a su esposo y lo lleven hacia el patio, dicho esto le entregó una lista de cosas a ella para que las consiguiera lo mas rápido posible.
Caía tranquila la tarde aquel día de marzo y en el patio habían armado una mesa con cinco sillas, sobre la mesa se podía ver una botella de pisco, un poco de coca y un látigo. A un lado del patio estaba Alejandro quejándose de dolor.
Adolfo caminó tranquilo hacia la mesa y se arrodilló frente a ella, rezando algo en una lengua extraña, cuando acabo de hacer esto, se empezaron a oír voces lejanas pero que salían de la nada, que progresivamente se acercaban, eran los espíritus de la tierra que cuidaban la ciudad y sus normas en la otra vida. Se oían cuatro voces, y cada una tenia un cargo importante; el secretario ( la laguna), el alcalde ( el Apu mayor), el gobernador (Apu menor), y el guardia ( el cementerio), pero cuando el cielo se oscureció llamaron al Chulpa (el espíritu de momia), las cinco voces empezaron a discutir en la mesa, sobre el porqué el Chulpa le había puesto aquellas aguadijas en el cuerpo a Alejandro, el Chulpa se defendió diciendo que el ganado había destruido su hogar y por eso él se había vengado, pero el alcalde le dijo que debió decirle a él primero, y no debería haber tomado justicia por sus propias manos, en ese momento se escucho un latigazo, y la voz del Chulpa quejándose, no se veía nada solo eran animas. Luego el alcalde le dijo al Chulpa qué pedía a cambio para quitarle la aguadijas, pero el Chulpa se negó, entonces el alcalde ordenó al guardia ( el cementerio) atarlo y azotarlo se oyeron muchos gritos que venían de la nada o del mundo de los muertos. Doña Eulogia se persignaba mientras creía que todo era culpa del diablo, fue cuando el Chulpa pidió que Alejandro se vaya del pueblo durante diez años, entonces el alcalde, le dio la razón y pidió el destierro de Alejandro junto y unos conejos que serían enterrados en su casa (el Apu mayor) para pagar las molestias de su descanso. Dicho esto las voces se marcharon al igual que el pisco, que ya lo habían bebido, nadie sabe cómo, al día siguiente Alejandro estaba sano y tuvo que cumplir su palabra e irse del pueblo.
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Lucas nació siete meses después, en Pucara, desde pequeño empezó a darle importancia a sus sueños, luego de diez años volvió, a tomar las riendas de la hacienda junto con su padre, montado en un burro, junto con Doña Eulogia.
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Cuando Don Lucas dijo el nombre de su padre: Alejandro, este lo vio de soslayo y cayo muerto al suelo parando así su danza. Ya casi no había nadie en la plaza, en ése momento, Don Lucas se echo a llorar, había abandonado a su padre desde el día en que se caso, a causa del trabajo en la hacienda, fue cuando Adolfo le dijo que su madre había muerto de dolor cinco años atrás, por no verlo más. Lucas se sintió mal, odio el momento en que recibió la hacienda, odio a su vida, se odio a él. Tomó la mano de su padre, estaba fría, en ese segundo un rayo cayo en la campana de la iglesia, y esta se empezó a incendiar, Lucas cerró los ojos y trato de recordar cuando era niño, cuando su padre le contaba la historia de su nacimiento, y como siempre le decía: el diablo tocó la puerta para llevarte, pero no lo permití Lucas y tuve que sostener la puerta toda la noche, mientras olía a azufre y tu madre gritaba de dolor, así naciste tu hijo mío.
En aquel momento abrió los ojos y no vio a nadie mas que a su esposa y a Adolfo, ya todos los demás se habían ido. Su esposa estaba junto a él y Adolfo lloraba como un chiquillo. La lluvia había parado, y el sol estaba cayéndole en la cara, mas fuerte que nunca a Don Lucas, a su lado estaba el cadáver de su padre, que se veía mas joven que hace unos instantes, y con rostro angelical, parecía dormido, en aquel momento Don Lucas bajó la mirada que vio sólo pasto verde, y que no había más que una casa y una capilla, en ese lugar, no podía ser Chupa pensó, pero al ver hacia los cerros, su cuerpo tuvo un breve estremecimiento, estaba en Chupa, nunca se había movido de ahí, y se dio cuenta que la única casa que había era la suya, todo lo demás era un campo verde, creyó que era el sueño que tanto había esperado. Trató de levantar a su padre de ése lugar, pero se había vuelto pesado. Los tres se observaron, cómplices de un mismo destino, mientras el miedo de estar despiertos les enfriaba los huesos, fue con esa mirada cuando se dieron cuenta que sólo de este sueño los podría despertar la muerte.
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