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-¡Ese maldito despertador que no para de sonar!...¡Maldición!...¡Deja de sonar ya!...Tendré que tirar del cable nuevamente para desconectar la clavija.-
Sí, son las 5:30 am. Las gotas de lluvia que golpean el piso de la terraza generan en mi nuca un adormecimiento; como si miles de hormigas marcharan sobre ella. Mis recuerdos y preocupaciones se arrumban en un lugar alejado, oculto, fuera de lo que soy... Sé que debo despertar por completo, incorporarme e ir a la escuela, sin embargo ¿qué es despertar?, puesto que hay ocasiones que parezco estar soñando mientras estoy despierto. Parecería irracional tan solo pensar en que a veces me miro como un autómata, guiado únicamente por los estímulos del medio, sentenciado a tener una vida mecánica e inconsciente.
Mi voz se ahoga en un cúmulo de pensamientos y emociones que me arrebatan la posibilidad de incorporarme. ¿Será tarde? La pregunta se pierde en el sin-sentido en la zozobra de la penumbra, en la relatividad de mi tiempo interno; es como si fuera una gota de agua que cae hacia un pozo profundo, cuyo rastro se desvanece en una inmensidad de gotas que se pierden en el líquido; una gota no es importante.
Sé lo que tengo que hacer. Siento una pesadez demoledora actuando gradualmente sobre mi cerebro, que me impide el movimiento "quizá otros diez minutos me convendrían para saciar mi deseo de sueño" ¿o tal vez no? Es impensable poder cubrir el trayecto al colegio con esta lluvia; ¡oh Dios!, infinito es el relajamiento del cual me siento participe, quizá mi voluntad no desea algo más allá de lo que poseo en este instante; debo incorporarme ¡vámos!, de un sobresalto me encuentro de pie, preparándome para partir rápidamente.
Esta lluvia que no cesa, ni modo; tomo mi mochila y la acomodo en mi hombro, apoyada sobre mi espalda, y a correr rumbo al paradero del autobús.
Me encuentro bajo una pequeña marquesina, guareciéndome de la infatigable agua que no deja de caer; alguna que otra persona, al igual, aguardan el transporte que los conduzca a su destino agazapándose a las paredes o puertas de las casas; hay gente corriendo presurosa rumbo a la estrechez de los espacios cubiertos y ni modo, pues no será breve la espera. La solemnidad de algunos se confunde con el cuchicheo de otros; voces inconformes cruzan la torrencial lluvia. La infinidad de pequeñas porciones de agua que caen con la gravedad chocan con el pavimento, fluyen a través de diferentes cauces, chicos y grandes finalizando su recorrido en las alcantarillas que la engullen con avidez, a manera de fauces sedientas. La luz de sodio emitida por las lámparas montadas en los postes, impregna de una apariencia casi fantasmagórica al fluido. El agua fluye como el viento, como mi torrente sanguíneo, como mi vida; es una presencia capaz de impactar al ojo aguzado e hipnotizar la mente.
La gente se arremolina para abordar el vehículo, al fin, soy el último, pero no importa. Todas la butacas están ocupadas por cuerpos con rostro pasivo y algunos con cierta somnolencia. Me dirijo hacia la parte de atrás y tomo asiento sobre el piso, frente a la puerta trasera; apoyo mis pies en el último estribo y descuelgo mi mochila alojándola sobre mis muslos.
El recorrido es lento, ventajoso para el colmillo del conductor que pretende más pasaje. La tormenta se hace más estrepitosa y mi sueño no alcanza a conciliarse. Los esporádicos relámpagos me provocan sobresalto; a través de las portillas logro divisar una ligera neblina que al exterior prospera, y va desvaneciendo las últimas imágenes. Súbitamente el autobús frena y mi cabeza es golpeada contra el pasamanos vertical; empiezo a sentir una severa jaqueca, no obstante continuamos la marcha.
Mi pensamiento ha dejado detrás el dolor, sin embargo, la sorpresa emerge repentinamente, pues el ruido postrero ha desaparecido. La neblina exterior empieza a internarse hacia la cabina. No hay rastro de ningún cuerpo fuera, donde la espesura de la niebla absorbe toda definición; me incorporo y quedo atónito, pues, me doy cuenta que los asientos están vacíos.
Decido ocupar un asiento, a mitad de la cabina, tal vez el del pasillo; trato de que el sueño retorne, sin embargo tal menester resulta imposible; con todo y esto cierro los ojos, aunque mi dormitar es fingido. Un estornudo a mi lado me hace abrir los ojos; la mujer a mi lado luce muy pálida; con un rostro enjuto y pequeño, que muestra unos ojos hundidos y bellas pupilas aceitunadas; conserva una nariz respingada y juvenil; labios delgados en una boca pequeña. Vestía una blusa de lino blanca, un pantalón de mezclilla y un abrigo de nylon gris.
¿De dónde ha salido esta mujer? Un escalofrío recorrió sobremanera mi cuerpo, apoyé el anverso de mi mano derecha sobre el respaldo del asiento, e intenté incorporarme, pues el miedo me impulsaba a verificar que no había nadie más efectivamente. La mujer en un brusco movimiento tomó el dorso de mi mano izquierda que me hizo sentir una heladez que casi arranca mis ojos de sus órbitas; quedé petrificado.
-¿Acaso no me reconoces?-. Salió vacilante su voz; volví a mirar su rostro, mientras ella proseguía.
-Soy Isabel, ¡pero es que no me recuerdas, Isabel tu novia de la secundaria.-
Un rayo trajo su recuerdo y en mi semblante apareció una sonrisa afectuosa, mientras mascullaba.- Tú, tú, ¿en realidad eres tu?, no lo creo-. Y habría de recordar con premura, en un viaje lúcido hacia el pasado el contorno de aquella faz casi perfecta; un rostro que se había impregnado a mi memoria como si fuera marca candente; se me escurría la realidad frente un momento de felicidad. El deseo titánico de regresar al pasado, da nueva vida a mi tiempo, me da significado, aniquila el vacío. Siempre disfruté de aquel semblante tímido y su rubor extremo; aquella joven que cerró sus ojos al intentar evadir aquel momento, en que mis labio recogieron esa dulce miel que me devolvió la vida, pero en otra forma; me volví torpe; ella se aprisionó cada vez más a mí, como si su deseo fuera ser arrebatada de la existencia; todo el ambiente dentro de aquella biblioteca, desaparecía para nosotros dos. Desdichadamente todos mis amigos estaban ahí ese día, a esa hora, en ese instante; ella reprimió el atrevimiento sorpresivamente, con una bofetada tan fuerte, que me hizo caer de la silla. Estalló la multitud de carcajadas y sus ecos, mientras que un grupo concurrido de mirones era atraído al lugar, para verme aún caído sobre el piso, con ese semblante de estúpido. Era como si aún soñando, no hubiera querido despertar, para no caer nuevamente en el vacío de la existencia.
Ha, que días aquellos en que la pubertad nos juega una mala pasada, pero ya tenía casi siete años en que no la veía, y ahora aquí, el destino cruzaba nuestros caminos
-¿A dónde vas?-. Me preguntó mientras que sus hermosos ojos buscaban los míos.
-A la escuela-. Respondí
-Y tú-
-Al infierno-
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, paralizándome: ¿qué significaba esa respuesta? ¿Y esa ligera sonrisa? Que parecía una mueca de terror, como si sus labios se movieran involuntariamente; el brillo desafiante de sus ojos daba cierto aire de maldad a su rostro. ¿Quién era esa mujer que creí haber conocido, manteniendo una imagen limpia en mi memoria? ¿Acaso el antaño se me presentaba como un monstruo en mi presente?
-¡Oh Dios mío- Un temblor empezó a invadirme, sentí un sudor helado resbalando por mi frente, espalda y manos, pues su cuerpo empezaba a desvanecerse, como si saltara de una imagen más marcada a otra tenue, gradualmente hasta llegar a la transparencia y desaparecer finalmente. No había cuenta de lo que acababa de acontecer; miré la parte inferior de mi cuerpo que empezaba a desolidificarse, desvaneciéndose la materia poco a poco, de abajo hacia arriba. Sentí una paz interna misteriosa. La neblina empezaba a ganar terreno mientras se tornaba negruzca, a la par con una perdida de mis órganos...


-¡Chín, ya son las 6:00 am llegaré tarde!.

Texto agregado el 14-09-2006, y leído por 189 visitantes. (0 votos)


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