Un adiós, una hasta luego, un hasta siempre…
Simples palabras: “Nos volveremos a ver…”

Vendo los acordes, la radiante melodía que en la vida compondré. Seis años son ya. Y aquí seguimos siempre, eso sí con la misma ingenuidad y valentía del momento.

Esos últimos instantes antes de la despedida. El último recorrido. Sucede a cámara lenta. El cielo cubierto de nubes. Nuestros rostros con un atisbo de tristeza. Y su mundo, dando vueltas.

El día acompaña. No ha salido el sol. Nuestras risas parecen menos intensas. Y las palabras, escondidas, no intentan escapar.

Miles de fotos. Tiempos pasados y presentes. Sonrisas perfectas. Cuerpecitos jóvenes, vitales y alegres que con el tiempo han ido creciendo y madurando. En ellas se puede ver. Rebosantes de júbilo aparecen en esas decenas de imágenes que hoy quisimos regalarle. Porque es la auténtica Irene, porque la queremos muchísimo. Para que nos recuerde allá donde esté, para que jamás olvide todos los momentos.

Dan ganas de llorar. Porque se va y quién sabe cuando volverá… Ya nunca será lo mismo. Y duele más de lo imaginado.

Mil libros, hoja a hoja, mil letras y canciones, cada ida al cine, cada noche de fiesta, cada llanto, todas las risas del mundo. Tantas fotos que se amontonan tras las paredes y esos tantos recuerdos más.

Y también risas, risas, risas, risas y más risas hasta doler las muelas y el pecho.

Abrazados, nos quedamos a su lado.

Más abrazos.

No te quiero dejar marchar.

Besos.

Y alguna que otra palabra de afecto.

Mañana comienza una nueva vida sin nosotros. Y quién sabe qué le deparará.

Y por supuesto, también me llevé de ti, una amistad hasta el final de los tiempos y la promesa de volver a vernos.

¡Cuánto te quiero, Irene!