Capítulo cuarto: Batallas en Ciron
Llegó al pueblo al anochecer, el Sol apenas luminaba ya y su influencia se iba diluyendo. Melban se debilitaba mientras que Luizzic se fortalecía y el vampiro volvía a florecer sintiendo cada vez más cerca la presencia de la sangre fresca. En el pueblo se percibía cierta agitación, la gente corría de una casa a otra y había algunos cuerpos en el suelo. Unos estaban amontonados sin ningún respeto mientras que otros estaban separados y los preparaban para enterrarlos. Pequeños ríos de sangre se deslizaban por la calle. La gente estaba nerviosa e iba amontonando en todas las entradas al pueblo muebles y cualquier cosa que pudiese ayudar para levantar una barricada. En la calle principal habían volcado un par de carretas. No era un pueblo muy grande, a penas habría quinientas personas, así que no tuvieron muchas calles que bloquear.
En cuanto le vieron por el camino alguien dio la voz de alarma y en pocos segundos una docena de flechas apuntaban a su corazón dispuestas a matarle en cuanto recibiesen una orden. Cuando estaba más cerca del pueblo salieron de detrás de las carretas un par de tipos armados con lanzas y algunos más con rastrillos y horcas. Esos hombres no eran guerreros, ese pueblo era de cazadores y agricultores. ¿Qué habría pasado para que se comportasen así? Estaba claro que les habían atacado, pero no tenía sentido molestarse en atacar un pueblo tan pequeño. Hacía un año que no tenía noticias del mundo, lo último que sabía era que habían sido atacados por los bárbaros y el ejercito defensor había sido fácilmente derrotado en donde alguno perdió más que la vida pero ganó otras cosas.
- ¡Alto! ¿De dónde vienes y que has venido a buscar aquí? –le gritó uno de los arqueros que parecía ser el jefe de los maltrechos defensores.
- Vengo atravesando el bosque, no tengo ni idea de que ha pasado aquí. Contestó Melban intentando retener a Luizzic y su sed de sangre, tendría que buscar sangre para poder contenerlo, no podría retenerlo mucho tiempo más así.
- ¿Del bosque? Tardarías más de una semana atravesarlo, es mucho más fácil rodearlo.
- He vivido en ese bosque durante un tiempo, llevo mucho tiempo sin noticias del mundo.
- Bueno, puedes pasar, no tienes aspecto de ser un bárbaro.
Una vez dentro del pueblo se dirigió a la pequeña plaza donde se hacinaban las mujeres, los ancianos y los niños que no podían sostener un arma. Un sacerdote les curaba y ayudaba en todo lo que podía. Había un pequeño templo y enfrente suyo, al otro lado de la plaza, una taberna donde la gente buscaba otro apoyo diferente espiritual. Hacia la taberna dirigió sus pasos, podría encontrar alojamiento y partir al día siguiente.
Tras alquilar una habitación y pagar una cena con una moneda de plata, empezó a saborear su estofado de carne y un trozo de cerdo poco hecho que aun conservaba el sabor metálico de la sangre, eso al menos serviría durante esa noche. Cuando acabó de cenar y disfrutaba de una cerveza alguien se sentó con el, alzó la mirada y allí estaba el arquero que había hablado con el antes.
- Bienvenido al pueblo de Ciron. Hasta el más solitario de los viajeros necesita compañía de vez en cuando. Soy Arckor.
- Melban –contestó seco con un gruñido.
- ¿Te encuentras bien? Estás más pálido que antes.
- Demasiada sangre –respondió para ocultar su faceta maldita.
- Entiendo. Así que viniste del bosque. No sabía que allí viviese nadie y eso que soy cazador y he recorrido su linde durante mucho tiempo. Nunca había visto nada que delatase que viviese alguien.
- Vivía en lo más profundo del bosque –contestó con pocas ganas de hablar.
- Dicen que en el bosque vive un ser con apariencia de mujer con garras y colmillos afilados, incluso algún cazador ha desaparecido en su interior.
- Tonterías, se adentrarían demasiado y se perderían. He vivido allí todo un año y no he visto nada parecido –mintió. Por cierto, hace un año que no tengo noticias, ¿qué fue del ejercito bárbaro?
- Tras derrotar al ejercito que enviaron formado por campesinos y no dejar a nadie vivo los bárbaros siguieron avanzando hasta que se encontraron con el ejercito del rey y este los derrotó. Entonces huyeron al norte de donde vinieron, pero algunas tribus permanecen por aquí, una de ellas vive en las montañas del noreste y de vez en cuando bajan y nos atacan como hoy, pero nunca nos habían atacado con tanta fiereza. Parece que no se irán hasta haber acabado con todos nosotros. Agradeceríamos cualquier espada que pueda ayudarnos.
- Lo siento, pero si al amanecer puedo partir, me iré. No lucharé aquí a no ser que me vea obligado.
Dicho esto se despidió y se levantó. Echó una ojeada a la gente que bebía en la taberna para olvidar el horror del día y se dirigió a su habitación para intentar dormir.
“Debería partir esta misma noche, la noche no es problema para mi. Y si de paso puedo conseguir atrapar algún infeliz por el camino mejor, al fin probaré la sangre.”
“Pero no puedo matar a nadie, me perseguirán”
“No, no podrían perseguirme. Tendré por medio a los bárbaros y no podrán darnos alcance, eso si averiguan que fui yo.”
“¡Pero no puedo matar a nadie! Están indefensos y necesitarán todas las fuerzas posibles para sobrevivir contra los bárbaros.”
“Entonces que sea un niño.”
La noche era de Luizzic, esta vez Melban no podría impedirle alimentarse, ahora mandaba el. Cuando llegó a su habitación se deslizó por la ventana y partió en busca de su primera presa humana.
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