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He leído la vida de un alemán, su nombre, como el mío y el de muchos, no tiene importancia. Pero lo que hizo a lo largo de su vida sí la tiene. Dice que desde niño gustaba de leer y escribir, quería ser artista. Era amante de la música y a los nueve años puso su primera obra de arte frente a los ojos de todos sus vecinos. También le puso precio. Mucha gente se burló, pero eso no le importaba tanto como que alguien le regalara su atención. Ese fue el inicio de un gran resentimiento hacia las personas que no le apreciaban. A los diecinueve años se casó, tuvo un niño. Pero esto no duro mucho. Mató a ambos y estuvo condenado en la cárcel por cincuenta años. Pudo escapar mucho antes. Se cambió de nombre y se volvió a casar con una italiana que le dio dos hijos... Tampoco le duró mucho esta realidad. Luego de matarlos, escapó para la América. En el barco, mientras llegaban al puerto, fue el primero que vio la estatua de la libertad. Lo gritó con el alma. Fue el primero en bajar, pisar New York y pedir un nombre nuevo. Trabajó como mayordomo en un restaurante muy lujoso e importante. Nuestro alemán era un hombre bien compuesto por la naturaleza. Por su atención se hizo conocido de los grandes empresarios. Luego, con gran habilidad y sapiencia enamoró a la hija de un empresario importante. Se casaron y tuvieron dos hijos... Esta vez no perdió la cabeza y mantuvo a esta familia hasta su muerte con el sudor de su frente. Se hizo rico, lo bastante como para descansar a los cincuenta y tres años, pero nuestro amigo quería mas, y tuvo mas, quizá mas de lo que soñaba. La guerra le llamaba y, como un americano asistió. Estuvo en Normandía, y salió ileso, pero a los cinco meses de servició a la nación, tuvo un terrible accidente, perdió ambas piernas. Cojo y desilusionado de la vida regresó a la América. Fue recibido por su esposa, hijos y nietos, pero algo había cambiado en nuestro amigo. No tenía certeza de la realidad ni de sus sueños. No hubo noche en que no dejara de pensar en arrancar corazones. No lo hizo, pero lo deseó tanto que pensó en arrancárselo a sí mismo. Pasó más de un año escondido en un cuartillo, a pesar de los ruegos de su esposa a quien no volvió a hablarle el resto de su vida, la odiaba por sentir lástima por él. Tan solo salía a visitar la iglesia. Aún recuerdo verle con sus cabellos largos, una chivita a lo Chaplín y esos ojos que recordaban un lugar sagrado perdido en montañas del pasado. Recuerdo nuestra primera entrevista. Yo era un estudiante de filosofía y visitaba las iglesias antiguas y allí le encontré. Fue tan especial ver a un cojo, en una silla de ruedas, mirando a todas las sagradas imágenes, conversando con cada una de ellas, como si fueran amigos. Primero me averigüé quién era esta persona. Nadie me dio razón, tan solo me informaron de su diaria asistencia. Lo creían loco, pero, al verle de cerca y ver en sus ojos tanta pasión por la vida, quise ser su amigo. Nunca conseguí su amistad pero pude hablar con sus familiares. Todo el resto lo descubrí cuando averigüé un poco de su pasado. Le hablé en alemán y este, se volvió hacia mí y me dijo si yo era un artista. Le mentí. Casi diariamente le visitaba en su casa, lo llevaba a la iglesia y luego de dejarlo una hora frente a las imágenes, le llevaba al parque. Era extraño pues no me hablaba directamente sino que se hablaba a sí mismo, y lo que decía era acerca de su vida, desde niño, todo su pasado. Y, escucharle, desde el fondo de su atrincherada soledad, me cautivó hasta el punto de hacerle una foto que aun guardo en mi escritorio mientras escribo esta nota. Fue extraño su final, fue como si nunca hubiese existido. Una mañana le fui a buscar. Le saqué de su casa pero esta vez no quiso ir a la iglesia, deseaba que lo lleve a pasear por los parques, las calles, los ríos, y eso hice. Ya era bastante tarde cuando le vi que miraba hacia el cielo y conversaba con la oscuridad. De pronto vi que su rostro resplandecía de felicidad. Sonreí, y me di la vuelta como si estuviera viendo algo íntimo. Cuando me volví a verle, había desparecido. Quedó su silla de rueda, nada más… Tuve problemas con toda su familia y hasta con las autoridades pero luego de dos años de haber estado encerrado por su desaparición, me soltaron por falta de pruebas. Y con esto, pude terminar mis notas y continuar mi camino de artista, tal como a él le hubiera gustado que sea…


San isidro, septiembre de 2006

Texto agregado el 14-09-2006, y leído por 424 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-11-2006 Como siempre no fallas... Eres el mejor sin duda. silviasayago
16-09-2006 muy interesante. inakix
 
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