Yo sé que te gusta. Que éste cuento te gusta porque es mío. Porque es mío y lo escribí para vos. Para vos y pensando en lo nuestro. En lo nuestro que es para siempre. Y sé que te gusta porque te conozco. Sé lo que te gusta. Te gusto yo. Y vos me gustas. Es mutuo. Por eso escribo éste cuento. Tratando de volcar en un par de líneas el infinito de nuestros destinos. Sé también que en éste momento estarás pensando, mierda, éste bobito lindo enamorado se volvió loquito. Por eso ahora escribo algo gracioso para que te rías. Algo al estilo de asia dónde mandaré a pedir 400*pollos para besarte la boca llena de achicoria. Ahora todo permanece como si nunca hubiera sucedido nada. Pero yo me quedé con todos esos besos y el sabor amargo que te deja la verdura en tu boca que ahora lo tengo yo en mi boca después de haberte pasado mi lengua por tu lengua un par de muchas veces. Yo sé que te gusta. A mí también me gusta, aunque preferiría una buena mila napolitana con puré en vez de comer la comida de las vacas. Y sí, pero sabes, todo me resulta tan perfecto así, que ni ganas de cambiar. Dicen que si algo funciona bien, no hay que cambiarlo, y si funciona mal, a nadie le importa. Por eso mismo es que me permito escribir esto. Un cuento para vos. Un cuento que para el resto que no seas vos, no tiene sentido ni se van a reír ni van a llorar ni van a decir: éste cuento es para ganador de algún concurso. Ni siquiera lo van a llamar cuento. Pero como dije recién, si no funciona, a nadie le importa. Excepto a vos. Yo sé que a vos te importa. Y sé que me estás leyendo en éste preciso momento y que estarás preguntándote, con que va a salir ahora Lukitas. Como sabía que te estabas preguntando eso mismo, no quise distraerme ni un centímetro más de papel ni derrochar más tinta… en algo que ni siquiera es un cuento. Jajaja. Por eso, aquí viene el suspenso, la intriga, el punto culmine y el desenlace que hace a ésta historia, una que yo ¿soñe? y que amerita un final inesperado.
El círculo de feos la miró. Todos, y cada uno, con su propio secreto, la miró. Fue inquietante la sensación nueva que se apoderaba de ella. Algo así como timidez, pero no. Era impotencia. Impotencia de pararse y gritarles que mierda miraban. O si tenía monos en la cara o si les debía algo. Pero no lo hizo. Se conformó con la timidez. Y esperó impaciente que se sucedieran los hechos por sí mismos. Y no tardaron en llegar. Fue un murmullo que creció desde esos rostros suicidas y se complementaron con un golpeteo de manos sobre la madera de los bancos. Al principio desordenado, pero al paso de los segundos se fue acomodando en un ritmo aterrador. Taff. Taff. Taff. Taff.
Llevó su mano a la cabeza y se tapó los oídos. No quería escucharlos, pero no podía detener ese ruido que le asesinaba la cordura. Se puso de pie, y les grito:
- Imbéciles de mierda… ocúpense de sus putas vidas y déjenme vivir la mía. Déjenme vivir. ¿No entienden que lo amo? ¿No entienden.?
Yo sí. Y sé que te gusta. Que éste cuento te gusta porque es mío. Porque es mío y lo escribí para vos. Para vos y pensando en lo nuestro. En lo nuestro que es para siempre. Y sé que te gusta porque te conozco. Sé que te gusta porque te gusto yo.
Y punto.
Lucas Cohen
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