Cuento rescatado de lejanísimos pliegues de mi memoria después de la lectura de “La Puta y el Púber” de María Magdalena Gabetta (gmmagdalena).
Los Onanistas
Todos se sintieron culpables por aquel impulso natural, pues en la lección de Religión anterior, de nuevo, el cura Tadeo les increpó por el onanismo propio de los 16 años. Todos callaron cuando la profesora entró. Pero ella, la profesora de Biología, era veleidosa, coqueta y transmitía aquella sensualidad que los adolescentes subliman en las mujeres mayores. De cinco lustros, garbosa, con los pechos firmes, redondos y retadores. Sus nalgas carnosas, sobresalientes, separadas por un caprichoso pantalón que invadía lugares deseados. Su rostro era una rara combinación de inocencia y picardía. Su mirada tierna de infanta y su boca maliciosa de cortesana, la hacían más bella y deseable. Ella era la más anhelada, la más soñada. Ella era la que mejor olía y la que los sonrojaba cuando les pedía ponerse de pie y quizás, por haber dejado volar la imaginación, la cremallera del pantalón quería explotar. Por ella es que todos ellos mandaban a los infiernos, tanto en la noche como en la mañana, al cura y a su culpa.
El día que estudiaron los órganos reproductores, Martín, nunca fijó su atención en el pizarrón. Su mirada fue permanente en toda ella. En la insinuada hendidura del pantalón vaquero de su profesora, en el escote de su ceñida blusa, en su rectilíneo dorso, rematado con aquellos erguidos glúteos y su imaginación no tuvo límite. Sentado, atrincherado por su pupitre, se desabrochó el pantalón. Metió su mano bajo el calzoncillo, intentó sacar su miembro, todavía en desarrollo, se escupió su mano derecha y empezó a frotarlo, sin extraerlo. Solo ella lo notó, pues era el último de la fila más larga. Sintió un escalofrío, ya por ella conocido, que anunciaba su excitación. Por momentos se turbó. Logró sobreponerse. Se acerco a su lado, lo vio y le dijo al oído: vete a terminar al baño. Martín obedeció y corrió desaforado.
Esa noche ella y Martín, juntos mandaron a los infiernos al cura, mientras él recibía su mejor lección de Biología y ella se consagraba como la mejor profesora. En ese mismo momento, el cura Tadeo jugaba solo en la ducha de su celda con su calloso órgano y se mandaba él solo a los infiernos.
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